Hace casi diez años el francés Jean Becker rodaba su hasta ahora mejor película, La fortuna de vivir, una pequeña fábula sobre el valor de la amistad y de la vida sencilla del campo. Fiel a ese estilo, adapta una novela de Henri Cueco sobre la amistad entre un maduro pintor en plena crisis vital y su jardinero, que no es otro que un antiguo compañero de clase. Llevan años sin verse, sus vidas han seguido rutas muy distintas pero, con la excusa de convertir el jardín del pintor en un pequeño huerto, retomarán su antigua amistad.
Cuando uno va a ver una película francesa que ya en el título habla de conversaciones sabe bien lo que le espera: diálogos, diálogos y más diálogos. De hecho, la cinta es un gran coloquio entre el pintor y su jardinero. Peca de locuacidad y se acerca peligrosamente a una representación teatral en muchos momentos. A ratos, se hubiera agradecido que el director callara a sus protagonistas e impulsara la acción de otra manera. En el fondo es un problema de fidelidad al texto: Becker presume de no haber tocado muchos de los diálogos de la novela, y la cinta lo sufre.
Sin embargo, salvados algunos interminables parlamentos, el veterano realizador nos vuelve a sorprender con una atractiva creación de personajes, una bellísima fotografía y un sugestivo -aunque no demasiado profundo- discurso sobre el valor de las cosas sencillas. La interpretación es magnífica, especialmente en el caso de Jean Pierre Darroussin, que fue el encargado de sustituir a Jacques Villeret, fallecido mientras se terminaba el guión. Darroussin encarna con una pasmosa naturalidad al personaje del jardinero sencillo y bueno que enseña a su sofisticado amigo valiosas lecciones sobre la fidelidad, la coherencia, la generosidad o el modo de afrontar el sufrimiento.