La acción transcurre en el año 2019. Una epidemia, no muy diferente de la que en 28 semanas después convertía a la gente en zombis asesinos, ha transformado en vampiros a buena parte de la humanidad. La vida sigue su curso, pero en un mundo subterráneo y gris, al abrigo de la luz del sol. Los humanos son tolerados, pero buscados como ganado para suministrar sangre. Dadas las necesidades de la población, las grandes empresas investigan cómo producir sangre sintética. Un grupo de humanos fugitivos se encuentra con Edward, director de los laboratorios de una importante multinacional, encargado de fabricar sangre.
Los vampiros siguen llenando las pantallas (es una tendencia interesante para estudiar), y esta temporada aún llegará otra: El circo de los extraños. La película que nos ocupa -segunda de los alemanes hermanos Spierig (Undead), que trabajan en Australia- aprovecha el viaje del entretenimiento para mirar nuestro mundo actual y poner de relieve algunas de sus incoherencias y corruptelas: la ambición de los poderosos, el racismo, la falta de escrúpulos de algunas grandes empresas que se aprovechan de las urgentes necesidades de una población a punto de estallar, el despilfarro de recursos necesarios; la falta de humanidad, en definitiva.
El planteamiento inicial es audaz y está bien llevado. Visualmente llega como una sorpresa realizada con gran economía: un mundo como el nuestro, pero más gris, sin luz; y en los papeles principales un plantel de estrellas de las que no aparecen en una película de serie B. La fórmula funciona.
Pero la historia -no podía ser de otro modo- termina entrando por senderos conocidos, donde el destino del mundo dependerá de un puñado de héroes, habrá grandes peleas y abundante derramamiento de sangre. Sin ser nada del otro mundo, es interesante, no sólo por su versión del mito vampírico, sino también por mostrar un notable avance de los hermanos Spierig como cineastas.
