Con El abuelo -seleccionada por España para competir por el Oscar a la mejor película en habla no inglesa-, José Luis Garci culmina su trilogía sobre el melodrama, iniciada con Canción de cuna y La herida luminosa. Adaptación libre de la novela de Benito Pérez Galdós, El abuelo sintetiza el rico estilo fílmico de Garci y la hondura dramática, moral y religiosa de sus últimas películas.
El sólido guión disecciona el drama de una noble familia asturiana de principios de siglo. A su vuelta de América, donde se ha arruinado, el librepensador patriarca, don Rodrigo (Fernando Fernán-Gómez), se enfrenta a su nuera, la condesa doña Lucrecia (Cayetana Guillén Cuervo), que ya en vida de su marido le era públicamente infiel. En su afán por salvaguardar el honor familiar, el anciano ansía saber cuál de las dos hijas de la condesa es su verdadera nieta, lo que despierta las iras de la dama y de la parasitaria burguesía de sus señoríos. Don Rodrigo sólo encontrará comprensión en don Pío (Rafael Alonso), un maestro que vive hastiado de su excesiva bondad.
El guión logra que la historia y los personajes resulten entrañables a base de jugosos diálogos y situaciones sugestivas. Un tono general introspectivo, sereno, refuerza el dramatismo de las bien dosificadas efusiones emocionales -el primer encuentro entre el suegro y la nuera, el magistral montaje paralelo de la confesión y la lectura de la carta, todo el catártico desenlace…- y, sobre todo, permite al magnífico reparto exprimir los poliédricos perfiles de sus personajes. Es imposible imaginarse la película sin Fernán-Gómez, y Cayetana Guillén-Cuervo le da réplica con sorprendente contención, logrando la mejor interpretación de su carrera. Pero quizá el papel más difícil y mejor resuelto sea el del recientemente fallecido Rafael Alonso, que incendia la pantalla cada vez que sale.
A la soberbia dirección de actores se une la excelente puesta en escena. Si en el guión Garci bebe en fuentes tan seguras como Galdós, Cervantes, Calderón de la Barca, Shakespeare, Valle-Inclán o Chejov, en su rigurosa y a la vez mágica planificación aúna la sustancia base de John Ford y David Lean con un buen chorro de Víctor Erice y unas cuantas gotas sabrosísimas de Carl Dreyer. Todo esto, arropado por una bellísima fotografía, una exquisita recreación de ambientes y un cadencioso montaje, da como resultado una película cautivadora.
Porque además, Garci no rehúye las peliagudas cuestiones morales y existenciales que plantea, y que son precisamente las que dan entidad a las puras emociones sentimentales. Así, encara de frente los conflictos entre el honor y el amor, la pasión y el deber, el rencor y el perdón, la esperanza y el fatalismo…, sin rebajar ese componente de dolor que tiene cualquier relación humana, pero cimentando sobre la caridad y el buen humor su apología de la amistad y de la tolerancia.
Jerónimo José Martín