Principios del siglo XX, en una ciudad costera tipo Cartagena de Indias. Florentino Ariza es un joven empleado de Correos que se enamora perdidamente de Fermina Daza, una joven de familia de nuevos ricos. Ella corresponde secretamente a ese amor, expresado por Florentino a través de una cartas larguísimas y apasionadas. Pero el padre de la chica se entera, rompe bruscamente la relación entre los dos jóvenes y casi obliga a su hija a casarse con un apuesto doctor, que se ha hecho popular salvando a mucha gente durante una epidemia de cólera. Entonces, Florentino se recluye en sí mismo, triunfa en los negocios y mantiene efímeros encuentros sexuales con numerosas mujeres, que va contabiliza en un cuaderno. Pero reserva siempre su corazón para Fermina, con la esperanza de recuperarla.
Si ya es difícil de adaptar al cine el realismo mágico que García Márquez introduce en sus novelas, es misión casi imposible controlar la desmesura melodramática que impulsa El amor en los tiempos del cólera. La colorista pluma del premio Nobel colombiano todavía arranca jirones de autenticidad a tan histérico argumento. Pero ni el guionista sudafricano Ronald Harwood (El pianista, Oliver Twist), ni el director inglés Mike Newell (Cuatro bodas y un funeral), ni el excelente equipo técnico logran dotar a esta versión de un mínimo de hondura dramática y moral.
Y mucho menos Javier Bardem y Giovanna Mezzogiorno, dominados por un chirriante histrionismo, a ratos muy incómodo. Sólo Únax Ugalde, en la piel del hiperromántico Florentino adolescente, y Benjamin Bratt, que encarna con convicción al marido de Fermina, débil pero íntegro, aportan unas bocanadas de verdad a este culebrón espeso y malsano, recargado, además, por la reiterativa sucesión de patéticos encuentros sexuales de Florentino con sus cientos de amantes.