Aunque insiste en su deseo de retirarse definitivamente, el maestro japonés de los dibujos animados sigue en la cumbre de esta técnica cinematográfica. Tras recibir en los últimos tres años un León de Oro honorífico en el Festival de Venecia, y el Oso de Oro en Berlín y el Oscar al mejor largometraje de animación con El viaje de Chihiro, ahora opta otra vez a este último galardón. Se trata de otra aventura fantástica de impresionante factura visual y musical, aunque esta vez más críptica y árida que sus últimas obras.
Basada en una novela de la inglesa Diana Wynne Jones, la película sigue los pasos de Sophie, una joven de 18 años, dependienta en una tienda de sombreros, que es transformada en una anciana de 90 años por la Bruja del Páramo. Esta quiere vengarse así del mago Howl, un joven con poderes extraordinarios, que deambula por el país en su castillo ambulante, un impresionante artilugio que tiene salidas mágicas a diversas ciudades. Allí se refugiará, haciéndose pasar por asistenta, la ahora anciana Sophie.
Como todas las películas de Miyazaki, ésta tiene una resolución fascinante, asentada en unos originalísimos diseños retrofuturistas y en una sensacional animación de personajes. Destaca en este sentido el propio castillo ambulante, presentado como un personaje vivo, que evoluciona a lo largo de la historia. También es magnífica la banda sonora de Joe Hisaishi, compositor habitual de Miyazaki y que también ha demostrado su maestría con directores como Takeshi Kitano o Yojiro Takita.
Sin embargo, esta vez la magia externa del filme no tiene la entrañable humanidad de otras películas de Miyazaki, como Mi vecino Totoro, Porco Rosso o La Princesa Mononoke. Su narración resulta dispersa, acumulativa y arrítmica, insiste demasiado en su mensaje antibelicista y no profundiza en los conflictos vitales de sus personajes, algunos de ellos, además, demasiado sofisticados para el público no iniciado en la cultura y la mitología japonesas. Con todo, una notable película de animación, en la que Miyazaki confirma su inigualable calidad estética y que aporta a las antologías personajes tan originales como Calcifer, el Espantapájaros o el propio castillo andante.