Director y guionista: Jafar Panahi. Intérpretes: Mina Mohammad Jani, Kazem Mochdehi. 95 min. Jóvenes.
La carrera de Jafar Panahi (1960) ha ido de la mano de su maestro Abbas Kiarostami, el mejor cineasta iraní contemporáneo. Educado en el Kanun (Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes), Panahi fue ayudante de dirección de Kiarostami en A través de los olivos, y dirigió un buen número de documentales y cortometrajes antes de rodar -a partir de un guión escrito con Kiarostami- El globo blanco, Cámara de Oro a la mejor opera prima en el Festival de Cannes de 1995. Ahora, con su segundo largometraje, El espejo, ha ganado el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno de 1997. En esta película vuelve a demostrar su fascinación por el cine como lenguaje, a través de un estilo fuertemente realista, casi documental, en el que la propia caligrafía cinematográfica se convierte en un personaje más.
La cámara sigue las peripecias de Mina, una niña de diez años, con el brazo escayolado, cuya madre no acude a recogerla a la salida del colegio. Después de intentar hablar por teléfono, Mina decide ir sola a su casa, afrontando así una angustiosa travesía por las bulliciosas calles de Teherán, que no conoce bien. Tras varios encuentros con diversos personajes, la acción da un giro inesperado, que no es necesario desvelar, y que permite a Panahi reflexionar sobre cómo la realidad supera siempre a la ficción.
Todo el mérito de la película reside en su minimalismo narrativo, que convierte en gran aventura y hasta en poderosa parábola una anécdota cotidiana aparentemente intrascendente. Además de una gran capacidad como director de actores, Panahi muestra un apabullante dominio del lenguaje cinematográfico, tanto en lo que se refiere a planificación como en el empleo dramático del sonido ambiente. Pasajes como el espléndido plano-secuencia de arranque -de más de cinco minutos de duración- o la concreta resolución del abrupto punto de inflexión de la trama son ejemplos significativos de un estilo que no cede nunca a la rutina y que sabe crear suspense o emoción con las situaciones más triviales.
A veces, sobre todo en la segunda mitad del film, Panahi lleva demasiado lejos su opción radical por el realismo, hasta casi renunciar totalmente al artificio fílmico. Esto hace que se alarguen innecesariamente determinadas situaciones menores, fragmentándose así el ritmo narrativo. En cualquier caso, su realización nunca deja de interesar, pues, además de ser un brillante ejercicio de estilo y de autorreflexión sobre el cine, le sirve para articular una valiente indagación sobre la verdad, sin máscaras, de la sociedad iraní actual, con todas sus contradicciones y esperanzas. En este sentido, es particularmente interesante la sutil crítica que hace la película de la situación de la mujer en Irán.
Jerónimo José Martín