En el puerto francés de El Havre se descubre un contenedor donde se ocultaban inmigrantes africanos. Idrissa, un chaval, huye de la policía, y se refugia en casa de Marcel, un humilde limpiabotas, cuya esposa Arletty acaba de ser ingresada en el hospital. Marcel no sólo da comida y techo al chico, con la complicidad de amigos y vecinos, sino que hace averiguaciones acerca del paradero de su familia.
Maravillosa película de Aki Kaurismäki. El director finés sigue fiel a sus señas de identidad: lacónicos personajes de buen corazón, minimalismo, sobria puesta en escena, una iluminación y paleta de colores inconfundible. En esta ocasión pone sobre el tapete la inmigración, el modo inhumano con que se afronta el drama de personas en busca de una vida mejor.
Además de este tema social, nos encontramos con una historia de magníficos y tiernos personajes, que viven al día pero saben desvivirse por los que tienen alrededor. Conmueve Arletty, que no quiere desvelar a su esposo la gravedad de su mal, esperando un milagro; con qué naturalidad se refiere el director a la fe de los personajes. La generosidad de Marcel para asistir a su inesperado invitado. Las pequeñas ayudas de unos y otros, algunas inesperadas y que conmueven. No falta algún villano, pero lo justo, sin cargar las tintas.
Salvo error, todo el reparto, a excepción de la fiel Kati Outinen, trabaja por primera vez con Kaurismäki, y se pliegan a su modo de hacer. Hay momentos ciertamente emocionantes, pero el último tramo de la cinta, el desenlace, que en manos de cualquier otro habría caído en la vulgaridad, demuestra con creces la gran valía del director.