Daniel Day Lewis dice que está cansado y que esta es su última película; sería una lástima que abandonase la interpretación con 60 años, pero realmente debe de ser agotador encarnar personajes como él lo hace.
En esta ocasión, Lewis se pone de nuevo bajo la dirección de Paul Thomas Anderson para interpretar al modisto Reynolds Woodcok, un personaje de ficción inspirado en diseñadores como Cristóbal Balenciaga, Christian Dior o Charles James.
Anderson y Lewis –que han trabajado juntos en el guion– hacen una espléndida recreación del genio, un artista tocado por la gracia y al mismo tiempo un ser atormentado, un déspota que genera relaciones nocivas. Las manías, las intolerancias, la dependencia afectiva y la debilidad, tan frecuentes en personas con dotes superiores a la media, están contadas con una autenticidad pasmosa.
El resto del reparto lo componen Vicky Krieps, que interpreta a Alma, la musa y amante del modisto, y Lesley Manville como Cyril, su hermana. Las dos están inmejorables dando la réplica a Lewis y completando su personaje.
Este es el gran valor de El hilo invisible, y por lo que sin duda merece las nominaciones a los Oscars que ha recibido: la complejidad en la creación de los personajes y la talla interpretativa de los actores.
La trama es peculiar y sorprendente. El perturbador romance de modisto y musa, con gotas de suspense a lo Hitchcock, destila clasicismo y elegancia como corresponde a una película sobre las casas de alta costura de los años 50, pero no se trata de una historia de amor convencional. Anderson habla de romance gótico y, efectivamente, la cinta se acerca muchas veces al género de terror.
El ambiente, propenso a la excentricidad y al lujo del mundo de la moda, así como el vestuario, la escenografía y la música son el relajante que necesita el espectador para digerir al excéntrico modisto y a su imprevisible amante.