Zack Snyder, director de 300 y Watchmen, ha sido el elegido por Warner y por el productor ejecutivo Christopher Nolan para comandar esta nueva versión de Superman. La estrategia es muy parecida a la que Nolan y Goyer, su guionista, usaron para Batman Begins, la cinta que supuso la reinvención de un héroe que había entrado en la batidora cinematográfica hacía muchos años.
La película, en su arranque y en algunos tramos más, me parece hábil pero no me parece buena. Tiene 60 agotadores minutos de peleas y destrucciones, con toneladas de chatarra y escombros digitales, que resultan muy aburridos. Es un cine tan tonto, tan elemental, que aturde. Cuando el personaje no lleva puesta la capa, la película es más interesante, lo mismo que ocurría en Batman, con la gran diferencia de que Christian Bale es un portento de actor y Henry Cavill, no. La cosa da para lo que da: es un tebeo esquemático, y se salva por un montaje fragmentado y un rebozado trágico que permite que debajo del acero y de unos textos sonrojantes asome algo de humanidad, de sentido dramático.
Snyder es aparatoso y grandilocuente; sus películas siempre tienen un tono engolado. Y eso cansa. Juega a favor la calidad de actores como Crowe, Adams, Costner y Shannon (un malo según el nuevo manual del Hollywood de las sagas de tebeos), que se toman en serio los momentos más emotivos para dar aire a una historia que cabe en una servilleta de papel.
La película es un compendio de una manera de hacer cine que, hoy por hoy, es la única que parece capaz de llenar los grandes cines hasta la bandera y sostener el imperio cinematográfico norteamericano. Hecha con 225 millones de dólares de presupuesto, 125 millones ingresó en el fin de semana del estreno norteamericano, y pocas dudas tengo de que rondará los 1.000. Las majors tienen claro que su público más fiel, los adolescentes, no se cansan de los superhéroes.