El penúltimo trabajo del fallecido Philip Seymour Hoffman, en el papel del jefe de un grupo antiterrorista en Hamburgo, es otra muestra de su tremendo talento. Este hecho puede oscurecer o minimizar el mérito de una película mucho mejor de lo que cabría esperar, con una atmósfera logradísima. Los críticos recurrimos con frecuencia a ese concepto para explicar la importancia que tiene para que una historia funcione, fluya e impacte; o para que se estropee, atasque y deje indiferente.
El holandés Corbjin ha logrado que su historia tenga una atmósfera muy atractiva: los 121 minutos de metraje son apasionantes. La novela de John le Carré tiene menos tonterías existencialistas de escritor encantado de conocerse que otras de sus obras recientes, y eso ayuda a que la película sea estremecedora, con un realismo turbador (aunque Corbjin no es un buen director: es un fotógrafo al que el cine por el momento le viene grande).
El guion sabe desgranar una operación compleja, con un entramado financiero trascendental: aunque se pueda olvidar en las películas, el dinero es fundamental en el terrorismo. La historia prescinde de subtramas, se centra en el trabajo de un pequeño grupo de investigación, gente común, que no llaman la atención, pasan desapercibidos.
Agentes cansados y ojerosos cruzan datos y recogen información para llegar al corazón de un grupo terrorista. Pocas veces el cine ha logrado retratar de esta manera tan poderosa el peso abrumador de quien tiene que defender a su equipo, consciente de que los servicios de inteligencia comparten información y siempre están sometidos a las presiones de los políticos que tienen por encima de ellos. Esta película lo logra gracias a una suma de elementos. El primero, sin duda, un colosal Hoffman, con un control asombroso de su voz, de los gestos, del lenguaje de su corpachón maltratado por el alcohol y una vida insana.
Pese a que en la versión original suena chocante, la decisión de dejar que Hoffman (Günther Bachmann se llama su personaje) sea un alemán con un inglés distinto al de sus compañeros germanos de reparto resulta acertada, aunque introduzca un cierto grado de confusión (lo mismo ocurre con los personajes “alemanes” de Rachel McAdams y Willem Dafoe).
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