Cientos de ciudadanos endeudados son captados para participar en una serie de juegos que les permitirán ganar mucho dinero o morir en el caso de que sean eliminados en alguna de esas pruebas. Si la premisa no es precisamente novedosa, la colección de eliminatorias que se les propone es de una ingenuidad que contrasta con la brutalidad con que son castigados los perdedores.
En su primera experiencia en televisión, el coreano Hwang Dong-hyuk (Mi padre, Silenced) ha logrado una producción que se ha convertido en uno de los grandes éxitos recientes de Netflix a nivel internacional. Siguiendo la estela de títulos tan variados como La casa de papel o Los juegos del hambre, la serie conecta con esa estética efectista de colores primarios y temáticas trepidantes que pretenden sorprender a cualquier precio. No importa tanto la lógica como el impacto en una trama plagada de estereotipos visuales y argumentales: el color rojo y negro que contrasta con los fondos claros, los personajes dispuestos a todo por dinero, los villanos que ejercen de demiurgos de su peculiar parque de atracciones con cobayas humanas…
Hay que reconocerle a esta serie que tiene la habilidad de reconectar al espectador en los numerosos momentos de crisis argumental y estética de la ficción. Los nueve capítulos de la temporada son demasiados para una historia de bucles y tramas secundarias que interesan muy poco. Tampoco la definición de personajes destaca por una imaginación desbordante, pero es evidente que la historia ofrece una experiencia muy catártica para los espectadores que entren en los códigos de este sádico concurso.
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