El popular actor Mark Wahlberg suele afirmar sin pudor su condición de católico practicante. Por eso no sorprende que haya producido, protagonizado y dedicado a su madre Alma —fallecida en 2019— esta singular tragicomedia, que recrea la historia real de una sorprendente vocación sacerdotal. Para ello, ha contado con la colaboración de otro católico: Mel Gibson.
Stuart Long (Mark Wahlberg) es un pobre diablo de Montana, infantil, divertido y pendenciero, que está traumatizado por la muerte de su hermano menor y la separación de sus padres, Kathleen (Jacki Weaver) —una sencilla y angustiada ama de casa—, y Bill (Mel Gibson), un tosco obrero que huyó a Los Ángeles. Tras fracasar como boxeador, Stuart se muda a California para hacerse actor, pero fracasa de nuevo y acaba de carnicero en un supermercado. Allí se enamora de Carmen (Teresa Ruiz), una chica profundamente católica, por cuyo amor Stuart va a catequesis y se bautiza. Un brutal accidente le lleva a plantearse otro radical cambio de vida: hacerse sacerdote. Pero la providencia le reserva más sorpresas.
Es tan sólido el guion de esta película, tan fluida su narración, tan sugerente su factura hiperrealista y tan rotunda su dirección de actores, que algunos críticos han cuestionado la autoría de la debutante Rosalind Ross, aventurando una participación no sólo actoral de Mel Gibson, pareja de Ross desde 2016 y con la que tuvo su noveno hijo.
Desde luego, por su tono descarnado y malhablado, su hondura dramática y sus eficaces contrapuntos de humor, El milagro del padre Stu recuerda a filmes de Gibson como El hombre sin rostro o Hasta el último hombre, aunque nunca alcanza su potencia formal e interna. En cualquier caso, se trata de una conmovedora y optimista exaltación de la capacidad de redención del ser humano, con una visión muy atractiva del catolicismo y, en concreto, de la acción de la gracia, el poder de la oración, el sentido del sufrimiento y el valor de una caridad inagotable hacia todos.