El director argentino formado en Nueva York Juan José Campanella se dio a conocer con El niño que gritó puta y se consagró con El hijo de la novia. Entre una y otra rodó Ni el tiro final y El mismo amor, la misma lluvia (1999), que comparte guionista y protagonista con El hijo de la novia. En ambas películas se aprecia el personal estilo de este director, capaz de llenar la pantalla de personajes atractivos, que luchan por conseguir algo, se equivocan, rectifican…; en una palabra, que están vivos y, por ello, interpelan al espectador.
Ricardo Darín encarna a Jorge, un prometedor escritor argentino que, mientras sueña con escribir su gran obra de teatro, vive de la publicación de cuentos románticos en una revista. Un día de los años 80, cuando todavía quedan restos de la dictadura militar, se deslumbra con Laura, una joven que viaja en taxi con la ventana abierta para recibir la lluvia en el rostro.
Campanella cuenta veinte años del romance de Jorge y Laura, que son veinte años de historia argentina. Destacan el atractivo y encanto de sus protagonistas, la mezcla de melodrama y tragicomedia, la alegría y humanidad que tienen sus personajes a pesar de la dureza de las circunstancias. El romance de Jorge y Laura, con todos sus altibajos, tiene hondura, y ofrece reflexiones de interés sobre temas como la insatisfacción profesional, el egoísmo y la lealtad.
La película no es tan redonda como El hijo de la novia, abarca demasiados temas y su enfoque algo materialista se refleja en un par de breves escenas de alcoba y en la cómoda solución de un divorcio, aunque propone como ideal una relación única y estable. También cuenta con muchos diálogos llenos de chispa, que pueden hacer reír y llorar en la misma secuencia. Así que el film confirma la facilidad de Campanella para contar, en un tono sencillo, historias cotidianas de hondo calado.
Fernando Gil-Delgado