Vincent, atractivo y desenvuelto cuarentón, va a ser padre por primera vez. Invitado a cenar a casa de su hermana Élisabeth, coincide con su cuñado Pierre y con Claude, un músico, amigo de la infancia. Mientras esperan a la joven esposa de Vincent, le hacen preguntas sobre la llegada del bebé. Pero cuando le preguntan si ya han elegido un nombre para el niño, su respuesta provoca el caos.
La obra de teatro original de Mathieu Delaporte es adaptada al cine por él mismo. Y el resultado es bueno, parecido a la reciente Un dios salvaje, de Roman Polanski y Yasmina Reza. El primer acto y buena parte del segundo son realmente divertidos: hay mucha chispa en la socarrona manera de presentar a los personajes y describir aceleradamente sus circunstancias. Todo es muy parisino, muy francés, en el sentido más tópico y previsible del término.
Los directores airean esta pieza de salón-comedor, al principio y al final, de una manera ágil y con chispa, imitando al mejor Nanni Moretti. Cuentan con un elenco de actores excelente (Valérie Benguigui es una gran actriz y tiene líneas de diálogo magníficas, que atrapan sutilmente su poliédrica y riquísima psicología) y un libreto de buena calidad, con una realización suelta y atractiva.
Todo resultaría más redondo con 20 minutos menos, que son los que propician unas reiteraciones que llegan a hacerse pesadas y algún giro en el guión que tampoco aporta demasiado y contribuye a romper el equilibrio entre unos personajes que hasta ese momento eran –dentro de su sometimiento a la eficacia cómico-sarcástica del artefacto– coherentes. Sobra también un tonto detalle onírico de mal gusto.
El nombre ha gustado en Francia, superando los 4 millones de espectadores.