Iciar Bollaín ha demostrado en su ya amplia filmografía ser una atinada retratista de las relaciones humanas. En este caso, parte de una pequeña anécdota –la tristeza en que queda sumido un anciano cuando arrancan de sus tierras un olivo centenario– para reflejar el intenso, frágil, doloroso y emotivo lazo que liga a una generación con la siguiente. La cinta entra de lleno en un terreno que apenas se ha atrevido a pisar la filosofía: la antropología ecológica o, dicho de otro modo, la relación entre el hombre, la naturaleza y la cultura.
Pero entra desde una perspectiva cien por cien cinematográfica. Es relato dramático puro y duro. No estamos ante un documental, ni siquiera –aunque hay briznas de este género– podemos hablar de cine social.…
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