El otro lado de la esperanza es la segunda entrega de una trilogía sobre la inmigración, que Kaurismäki deja inacabada al anunciar su retirada en el último festival de Berlín. La primera película de la tríada fue El Havre, un drama portuario, y se había hablado de Vigo como localización para la tercera parte.
La cinta cuenta la historia de un refugiado sirio que llega a Finlandia oculto en un carguero. Khaled ha perdido la pista a su hermana, con la que salió de Siria. Por su parte, Wikström, un comerciante desgraciado en amores aunque afortunado en el juego, decide dar un nuevo rumbo a su vida y acepta el traspaso de un decadente restaurante.
Envuelta en sorna y humor, la película es una ácida y desgarradora crítica a la forma en que los gobiernos europeos están afrontando el problema de los refugiados. Apunta con preocupación a la xenofobia que se instala progresivamente en algunas sociedades y, sin embargo, abre la puerta a la esperanza al mostrar también la solidaridad humana.
Kaurismäki es un cineasta que corre fuera de pista; con frecuencia alardea de su independencia frente a la industria, tampoco va en busca del favor del público ni de la crítica, aunque lo tenga.
Su cine es diferente, está libre de condicionantes y lleno de registros extravagantes que a él le funcionan, como el hieratismo extraño de los personajes –prohíbe cualquier tipo de gesticulación a los actores–, el absurdo de las situaciones, el anacronismo de los objetos, la estética soviética, la paleta de colores básicos –grises, azules, rojos– o el uso de las canciones como parte del guion.
Ninguno de esos recursos –constantes en su cine– es gratuito, o caprichoso, y mucho menos estético. Detrás de ese universo visual hay una voluntad explícita de rescatar al cine de la muerte comercial en que, a juicio del finlandés, se encuentra y, en otro orden de cosas, de rescatar a la civilización occidental de su agónico individualismo.
Su narrativa tiene algo de cómic; podría ser comparable con el humor gráfico, con las viñetas de El Roto, por la manera en que emplea la simplicidad y el esquematismo como vehículo de la verdad. De esa forma, desde el humor y la absoluta contención, consigue que el espectador entre en temas sociales y se cuestione su posición. Realismo y esperanza no son fáciles de conjugar y, sin embargo, Kaurismäki los combina a la perfección.
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