Director: Tom Tykwer. Guión: Andrew Birkin, Bernd Eichinger, Tom Tykwer. Intérpretes: Ben Whishaw, Dustin Hoffman, Alan Rickman, Rachel Hurd-Wood, Birgit Minichmayr. 145 min. Adultos. (VXS)
En 1985, el escritor alemán Patrick Süskind publicó «El perfume». La novela se convirtió en un «best-seller» internacional, con 15 millones de ejemplares vendidos y traducción a 45 idiomas.
Después de lograr que un celoso Süskind cediera los derechos, el alemán Tom Tykwer («Corre, Lola, corre», «La princesa y el guerrero») ha trasladado a la pantalla un texto que otros directores -Kubrick entre ellos- consideraban infilmable. «El perfume» trata la historia de un demente, en la Francia del siglo XVIII, obsesionado por encontrar el perfume perfecto. Para conseguir su objetivo, no dudará en asesinar a mujeres jóvenes y extraer de sus cadáveres, mediante técnicas espeluznantes, las esencias necesarias para su perfume.
Tykwer no lo tenía fácil: además de enfrentarse a un argumento sumamente sórdido, parte del éxito de la novela radicaba en que Patrick Süskind había logrado, mediante conseguidísimas descripciones, convertir las palabras en olores. Ahora se trataba de mostrar en imágenes esos mismos aromas.
El realizador alemán supera con nota la construcción técnica y la ambientación del film, gracias a un elevado presupuesto de 50 millones de euros. La apabullante puesta en escena y una magnífica iluminación convierte algunos fotogramas en auténticos cuadros. Tykwer sustituye largas descripciones del libro con inteligentes y eficaces soluciones de montaje. Más discutibles son otras decisiones; así, mientras maneja con maestría la elipsis al abordar la violencia en el film, no duda en rodar de forma morosa algunas escenas de un hedonismo repulsivo.
El verdadero problema de la película es que tanto despliegue formal y tanta truculencia visual están al servicio de la nada. Si en el libro había algunas reflexiones de carácter más o menos moral, la película deja sólo la fachada: el retrato frío de una obsesión enfermiza dentro de una sociedad también enferma. Y al final, puede que a las películas les pase lo mismo que a los perfumes; si falla la esencia, da igual que el frasco sea bonito.
Ana Sánchez de la Nieta