A Mary Poppins no hay que presentarla. Y esta película tampoco. La autora del personaje –la compleja Pamela Travers– puso todas las dificultades posibles para impedir que Walt Disney llevara a la gran pantalla las aventuras de la famosa niñera. Todo esto se cuenta muy bien en la notable Al encuentro de Mr. Banks. Al final, Disney consiguió rodar un magnífico musical en 1964 que ha envejecido muy bien. El celo de la señorita Travers hacia su obra hizo que, a pesar de la fuerza del personaje, apenas haya más versiones de Mary Poppins.
Y por eso, por la calidad del original y su carácter icónico, se entiende el cuidado de Disney por el producto y la expectación de un público que –joven o menos– ha crecido con las canciones de la niñera.
¿El resultado? –que es lo que ustedes se estarán preguntando–. Maravilloso. El regreso de Mary Poppins es más remake que secuela. La cinta nos cuenta exactamente lo mismo que nos contaba la original, añadiendo o cambiando algún pequeño detalle. Podríamos decir que se mantiene la esencia y cambian solo los accidentes. La idea de Mary Poppins, ese canto a la imaginación y a la ternura que nos hace volver a la infancia, es la misma en las dos películas, su acento en la importancia del afecto y los lazos familiares es idéntico, e incluso es igual su crítica al materialismo. Además, el paralelismo de las dos historias ayuda a que El regreso de Mary Poppins transcurra en un paisaje plenamente reconocible. Incluso en la brillante interpretación de Emily Blunt hay una conexión poderosa con la de Julie Andrews.
Y al mismo tiempo, y sin tocar nada de lo genuino –es decir, sin añadir pastiches ideológicos, ni meter móviles y redes en la trama–, hay una actualización radical. El regreso de Mary Poppins utiliza todos los avances tecnológicos y se aprovecha de la potencia visual de varias generaciones que se han educado pegadas a las pantallas para plantear un festival apabullante de fantasía, color y música. Desde su explosivo arranque, la cinta consigue sumergir al espectador en un torrente narrativo tan bello, sugerente, espectacular y emotivo que resulta difícil ponerle peros racionales a una película que justifica absolutamente la definición del cine como fábrica de sueños.
El regreso de Mary Poppins es un sueño: no solo para el espectador –joven o menos joven–, sino para toda una industria que, lastrada por la crisis económica y herida por un relativismo y nihilismo paralizantes, puede recuperar la fe en el valor de las historias, del trabajo bien hecho, de la magia y los buenos sentimientos. Porque sí, en Mary Poppins, siempre ganan los buenos.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta