El cineasta y militante político Pere Portabella (Barcelona, 1929), productor de películas como Viridiana, El cochecito o Los golfos, no dirigía desde 1990. Die Stille vor Bach fue presentada en el festival de Venecia y se acerca a la música de Johann Sebastian Bach de forma experimental. Sin argumento ni hilo dramático, expone diversas situaciones que el espectador asocia en su cabeza para encontrar significados históricos, artísticos, musicales y también religiosos.
El silencio antes de Bach ofrece varios niveles de lectura entrelazados. Por un lado convierte la realidad de Europa en objeto de reflexión. Portabella, cuya tradición intelectual se entronca en la izquierda comunista y que ha terminado en las arenas del socialismo, nos ofrece sin embargo un aproximación atípica y muy personal a la realidad de Europa.
Una aproximación que valora especialmente lo espiritual, y en cierto modo las raíces cristianas, y sobre todo el sufrimiento, como claves hermenéuticas. Para Portabella, Europa es una realidad gestada con mucho dolor, y esto contradice la imagen de una Europa capitalista y feliz, una Europa del bienestar indolente y del progreso seguro. No por casualidad Portabella elige Dresde como escenario de muchos de sus planos. Por un lado, el holocausto judío -un mal-; por otro, la matanza aliada -otro mal-. “La música hace daño”, sentencia un personaje señalando esa indisolubilidad entre belleza y destrucción que sustenta, según Portabella, la cultura europea.
Otro asunto del film es el “espiritual”. Para Portabella, Bach es el testimonio de que el éxito en la vida tiene que ver más con el interior de la persona que con el exterior. Pero fundamentalmente la música de Bach testimonia un sentido, un significado para las cosas. Como afirma el personaje del vendedor de pianos, citando a Cioran: “La música de Bach es una de las pruebas principales de que este mundo no es un fracaso”. Pero lo más significativo y pedagógico es el contraste entre la mujer del vendedor y el director de la Coral de Santo Tomás con el que ella se entrevista. Ella encarna al ideal del hombre contemporáneo: es sensual, algo sofisticada, preocupada y recreada en su cuerpo (que se muestra en una secuencia de toilette), de alto nivel de vida… Él, por el contrario, nos habla de cómo en un mundo secularizado, los no creyentes que entran en su coral se transforman por la música sacra y acaban pidiendo el bautismo. Es decir, la música -y la música sacra y de Bach en particular- tiene un poder de regeneración. Por eso Europa necesita a Bach. Pero esta importancia de Bach para el espíritu europeo, vale tanto al nivel popular como al de las altas esferas de la cultura. Así podemos encontrar en el film tanto a un camionero (Alex Brendemühl) que busca en la música un lugar donde encontrarse a sí mismo, “donde poder respirar”, como a un sofisticado melómano -el citado vendedor- que busca la más recóndita bibliografía musical.
Desde el punto de vista formal, Portabella quiere romper con la narración clásica para que el espectador pueda realizar sus propias conexiones causales. El film tiene escenas abstractas y otras concretas. El arranque, por ejemplo, es abstracto, y consiste en un plano secuencia de una cámara que rastrea un espacio vacío. En un momento dado, la cámara se encuentra -después de oírla- con una pianola que se desliza sin parar mientras interpreta una pieza de Bach. A partir de entonces la cámara se vincula a ella, como el cine a la música en el film que en ese instante comienza. Ese encuentro cómplice entre lenguajes artísticos diferentes es el mismo que se da cuando Portabella, director de cine, dirige a Christian Brembeck, pianista profesional que hace el papel de Bach. Y también en este nuevo binomio el film nos ofrece interesantes planos secuencia, de ida y vuelta como el del arranque, y que son parte del estilo de escritura de este cineasta. “No utilizo los movimientos de cámara para seguir a los personajes, sino para encontrármelos”
A las piezas de Bach se añaden dos de Mendelssohn y una de György Ligeti, que supone un homenaje a la música de órgano contemporánea, a la vez que indica la posteridad musical del J.S. Bach. Las obras que se interpretan en el film las escuchamos en una pianola, en una armónica, en un fagot, en un órgano… y aunque la mayoría son instrumentales, en la parte final se nos brindan piezas corales para concluir con una hermosa interpretación del Magnificat, que nos recuerda visualmente a ciertos planos del Azul de Kieslowski.