Tommaso Buscetta fue el menor de 17 hermanos de una familia pobre de Palermo (Sicilia). Después de toda una vida de ascenso social como uno de los principales capos de la mafia, se recluyó en Brasil a partir de los años 60. Veinte años más tarde, gran parte de su familia fue asesinada en Italia. Es entonces cuando decide convertirse en uno de los primeros, y el más importante, de los delatores de la Cosa Nostra.
Vivimos años de plenitud de cineastas que, a la tercera edad, siguen mostrando un imponente estado de forma. En 2019 se han estrenado El irlandés (Martin Scorsese, 77 años), Día de lluvia en Nueva York (Woody Allen, 83), El traidor (Marco Bellochio, 80 años) y todo a la espera de que en 2020 Clint Eastwood, con 89 años, presente su 41ª película como director; Richard Jewell, mientras que Steven Spielberg, a sus 72 años, estrene su esperado –y temible– remake de West Side Story.
De entre estos cineastas, destaca especialmente el caso de Marco Bellochio, un director muy marcado por su ideología de izquierdas que tuvo unos comienzos muy prometedores en el cine: Las manos en los bolsillos (1967), En el nombre del padre (1972). Sin embargo, su evolución no fue la esperada en las siguientes décadas. Con El traidor ha mostrado una madurez y un equilibrio superior al del resto de sus películas.
Este retrato de un mafioso humillado y delator tiene mucha verdad en sus gestos, palabras y silencios, en sus amigos, fiestas de familia y mansiones. La película es de esas que exige una versión original que permita entender los diferentes acentos romanos, sicilianos y milaneses. Las escenas del juicio son un circo voluntariamente expresivo de esa Italia desatadamente mediterránea e hipócrita de los grandes clanes que combinaban un catolicismo de etiqueta con una moral de mercenarios. Pierfrancesco Favino (Las confesiones, Mi prima Rachel) hace una interpretación magistral premiada en el último festival de cine europeo en Sevilla y que, en mi opinión, logra dar vida a uno de los mejores mafiosos que hemos visto en el cine.
La elegante maldad que expresa la película no esconde el intolerable grado de perversión del protagonista. Y eso es algo de lo que se ha hablado mucho en estos tiempos de proliferación de villanos que generan empatía (Joker, Walter White, Pablo Escobar). Bellochio cuida al máximo los detalles de localización, vestuario y dirección de actores que favorecen la inmersión, pero también precisa un guion escrito entre cuatro personas que humaniza a los protagonistas sin mitificarlos. Destacan también el minimalista pero brillante dibujo de secundarios tan importantes en esta historia como el juez Falcone o el político Giulio Andreotti.
El final de El Traidor es un cierre sobresaliente de la historia al aprovechar los dos grandes méritos de la película: una importante labor de documentación y la riqueza metafórica de su belleza formal. Presentada en la Sección Oficial de Cannes y nominada a cuatro grandes premios del Cine europeo, el filme de Bellochio es una de las grandes favoritas para meterse en el quinteto final de candidatos al Oscar a la mejor película extranjera.