Cotton Marcos es un predicador evangélico sin fe que, antes de jubilarse, decide llevar un equipo de televisión para grabar su última actuación y desvelar los entresijos de su labor, sus trucos y su montaje. Sus motivos son dos: se hizo predicador por que su padre era predicador, y sigue con el trabajo porque creía ayudar a gente supersticiosa; no hace mal a los que a él acuden –salvo engañarlos–, y el efecto de su intervención es terapéutico, como los reporteros podrán ver. Pero en la granja, tras un primer éxito inicial al tratar a la joven Nell, las cosas se complican.
La religiosidad que vemos en esta película, cuando no es fanatismo y superstición, es cinismo. Hay que lamentar el chapucero final de la historia. Con todo, lleva ganados 61 millones de dólares y su presupuesto no pasó de 2 millones. Curioso fenómeno el de la abundancia de películas sobre posesiones, exorcismos y demonios.