Varios premios de la crítica, dos nominaciones a los Globos de Oro y ahora candidata a los Oscar a mejor película y guion adaptado. Unos reconocimientos quizás excesivos para este espeso y tedioso cuarto largometraje como directora de la actriz canadiense Sarah Polley (Lejos de ella), que adapta la premiada novela Women Talking (2018), de su compatriota Miriam Toews.
La trama traslada a una perdida zona rural de Estados Unidos en 2010 los hechos reales que acontecieron en Bolivia entre 2005 y 2009, dentro de la Colonia Manitoba, una aislada comunidad menonita, rama pacifista de los cristianos anabaptistas. Allí, más de cien niñas y mujeres analfabetas descubrieron un día que habían sido violadas mientras dormían. Los ancianos cuestionaron sus denuncias, hasta que se desveló que un grupo de hombres las violó en sus propias casas tras rociarlas con un anestésico animal. En nombre de las demás, ocho mujeres deben decidir cómo reaccionar: si siguen como siempre, si se quedan y luchan contra ese machismo, o si se marchan a otro lugar. Cuentan con 48 horas para decidir, antes de que regresen los varones, que han ido a pagar la fianza de los violadores. Solo las acompaña un varón adulto: el cariñoso maestro infantil, enamorado de una de las mujeres y que levanta acta de sus deliberaciones.
Polley toma como modelos narrativos a directores con los que ha trabajado –como Atom Egoyan o Isabel Coixet– e imita con acierto el bello naturalismo de Terrence Malick. Logra así crear una inquietante atmósfera opresiva en las sucesivas reuniones de las mujeres, magníficamente interpretadas por actrices de la talla de Rooney Mara, Claire Foy o Jessie Buckley, y con un par de siniestras apariciones de Frances McDormand, que también es productora del filme. La calurosa fotografía del canadiense Luc Montpellier –degradada casi hasta el blanco y negro–, y la sinuosa partitura de la islandesa Hildur Guðnadóttir potencian todavía más ese clima sofocante, así como la constante amenaza de que aparezca uno de los violadores.
Sin embargo, este elogiable esfuerzo formal e interpretativo no da alas a un guion demasiado teatral y obvio, que se torna muy pesado, quizás por ser fiel a su título: ellas hablan y hablan y hablan, además de temas profundos, inasequibles a su supuesto analfabetismo. Ciertamente, se agradece que la historia no se convierta en un ataque frontal a la religión en general y que mantenga las profundas creencias de esas mujeres como una de los motores de su fortaleza. En este sentido, resulta conmovedora una secuencia en la que entonan el popular cántico religioso Cerca de ti, Señor. Pero su pretensión de convertirse en fábula moral contra el machismo ancestral y a favor del amor, la comprensión, el perdón y el respeto a la variedad como valores eminentemente femeninos se debilita con los artificiosos personajes del maestro infantil –que obliga a sobreactuar a Ben Whishaw– y de una adolescente que quiere ser varón y se viste como tal, interpretado por el actor trans August Winter, antes Abigail. Además, acaban resultando reiterativos y confusos los constantes cambios del punto de vista, en los que se mezclan flashbacks con citas bíblicas, himnos religiosos y metáforas visuales.