Directora: Liv Ullmann. Guión: Ingmar Bergman. Intérpretes: Pernilla August, Samuel Froler, Max Von Sydow, Kristina Adolphson, Tomas Hanzon, Gunnel Fred, Hans Alfredsson. 131 min. Adultos.
Quizá lo anecdótico sea decir que este guión del sueco Ingmar Bergman y esta dirección de su actriz-fetiche, la noruega Liv Ullmann (Sophie, Cristina de Lavrans, Trolösa), cuentan un suceso demasiado personal, inspirado en la vida de los padres del propio Bergman. Pero lo esencial es decir que este guión y esta dirección son una obra de arte. Y hay que añadir que con unas interpretaciones sobresalientes; sobrecogedora la de Pernilla August, y magnífica la de Max Von Sydow.
Es la historia de una infidelidad matrimonial y de un arrepentimiento. Anna (Pernilla August) es infiel, y su tío (Max Von Sydow), sacerdote luterano, la acoge y escucha. El guión está estructurado en cinco partes: conversación de Anna con el tío y sacerdote, conversación con el marido, conversación con el amante y con una amiga misionera, y otras dos conversaciones con el sacerdote.
Son cinco conversaciones desordenadas en el tiempo, lo rompen, y dan a los hechos y a las palabras una sustancialidad alejada de lo anecdótico. Son palabras de un alma herida, arrepentida, confundida, esperanzada… Muestra a distintas luces su poliédrica realidad según sea su interlocutor: no miente, sino que es otra la luz o la sombra que presenta ante el sacerdote, el marido, el amante, la amiga cómplice. Un riquísimo muestrario de matices. Matices en la interpretación de Pernilla August; y en el guión que desvela el personaje; y en la dirección de Liv Ullmann, humilde, sencilla, que deja -dice- «la cámara fija y es el propio actor el responsable del ritmo de la escena».
Aquí está otra vez la mejor herencia del cine nórdico, de Ordet (La palabra), de Gertrude, ambas del danés Carl Dreyer; cine este de pocas palabras en su origen, pero que, al pasar por la pluma tremendamente teatral de Ingmar Bergman, adquiere una nueva dimensión. No pierde esa rotundidad de las imágenes, misteriosa, poética, silenciosa, las distintas voces de la luz, las modulaciones de los colores, la presencia de los ruidos…; pero a todo ello se añade la profundidad y belleza del diálogo.
Y aquí, además, está la verdad siempre actual. La superficialidad no la considera de moda; pero esta verdad no lo es por un tiempo, como la moda, sino para siempre, que asume y supera todas las modas. La superficialidad y el buscado fingimiento de un jurado de Cannes no hizo caso a esta película en 1997; la superficialidad comercial no la ha estrenado, y en sala especial, sin traducir, hasta tres años después. Sólo el Festival de Cine de Valladolid de 1997 estuvo a la altura de la película al otorgarla el Premio de la Crítica Internacional, y al premiar como mejor actriz a Pernilla August. Y los espectadores la premian al quedar en silencio golpeados en lo más profundo, quietos en sus butacas, como sin atreverse a marcharse, a alejarse de esta verdad: la libertad de la sinceridad, la angustia de la mentira, la comprensión de los hombres y, sobre todo, el perdón de Dios.
Pedro Antonio Urbina