La vida del escultor y pintor Alberto Giacometti (1901-1966) –sus relaciones con el mundo literario de Jean-Paul Sartre y Samuel Beckett, o artístico de Joan Miró y Pablo Picasso– daría para más de un biopic. En su quinto trabajo como realizador, Stanley Tucci se centra, sin embargo, en el último retrato realizado por el artista (de ahí el título original). Para su guion se basa en las memorias del crítico y escritor neoyorquino James Lord, publicadas en 1965, y sigue el punto de vista –incluyendo voz en off– de este, que posará para el “último retrato” de Giacometti. Cuando James Lord pisa por primera vez el estudio del artista no puede saber que, en lugar de una tarde, pasaría posando 18 sesiones. El resultado es un retrato que en 1990 se vendería por 20 millones de dólares. Giacometti y Lord no volverían a verse.
La cámara se recrea en las obras que aparecen en el estudio, reproducido con todo detalle, que el artista comparte con su hermano Diego. Del argumento forman también parte las relaciones de Giacometti con el galerista Pierre Matisse, antiguo compañero suyo de academia y hermano de Henri Matisse, y con su esposa Annette Giacometti, modelo de toda una serie de obras, si bien en sus últimos años el artista la sustituyó por la joven prostituta Caroline. La carga emocional que para Annette supone la relación de su marido con Caroline constituye una subtrama de El arte de la amistad. Con todo, Tucci logra centrarse en el proceso creativo del retrato, con los vaivenes, avances y retrocesos sufridos por Giacometti, representado con un sorprendente parecido por Geoffrey Rush, quien con sus gestos y postura encorvada subraya las dudas del artista en sí mismo.
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