Entre 1926 y 1929 pasó algo que, aun hoy, en México, sigue siendo tabú o al menos un asunto del que se considera mejor no hablar. Ese algo es la Guerra Cristera. Cualquier persona decente, con independencia de sus creencias o ideas políticas, es capaz de entender que si la libertad se pisotea, pasan cosas.
El guion de Michael Love quiere contar algo trágico y conmovedor. Lo hace con respeto por la verdad, consciente de que una película no es el mejor lugar para dar clases de historia. Lo que cuenta Love, más allá de algunos recursos imprescindibles para construir un relato, es sencillamente, la verdad de unos hechos y de unos personajes reales, seres de carne y hueso. Varios fueron elevados a los altares como mártires por el Papa Benedicto XVI.
Dean Wright dirige su primera película después de una larga y prestigiosa carrera como editor de efectos digitales que incluye títulos como Titanic, El Sexto Sentido, El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. No tiene Wright especial destreza como realizador, pero su película, sin ser especialmente brillante en la factura, es vigorosa, llega y conmueve. En buena medida, porque hay un notable trabajo de un grupo de actores liderados por un Andy García soberbio, en su papel del general Enrique Gorostieta, jefe militar de la insurrección cristera. Los actores están bien porque sus personajes son muy buenos: el presidente Calles, el cura anciano que interpreta Peter O’Toole, el embajador estadounidense, los niños, la joven activista enamorada, etc.
La película, como ya ocurrió con otras recientes como Encontrarás dragones y De dioses y hombres, demanda un público inteligente, sin prejuicios. Secuencias como la del encuentro entre Calles y Gorostieta valen su peso en oro, porque son cine del bueno, y explican que detrás de aquella expresión, “Viva Cristo Rey”, está el valor y el heroísmo de unos hombres que dieron su vida por la libertad, la libertad sin paliativos. Por eso se negaron a que la fe católica en México tuviese que conformarse con ser tolerada. Porque diccionario en mano, solo se tolera lo malo.
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