Julia (Anna Castillo) es una madre soltera de 22 años con dos hijos pequeños que acaba de enamorarse de un chico que es todo músculo, impulsividad y tatuajes (Oriol Pla). Este arranque avanza la esencia de la película que explica con tanta precisión el título. Jaime Rosales es un director de actores y personajes que ha ido derivando desde la delicadeza en retratos íntimos minimalistas (La soledad), a perfiles marcados por una primariedad que, sin embargo, deja espacio a una cierta belleza interior (Hermosa juventud, Petra). Girasoles silvestres da un paso más hacía una lírica imprevista que rebosa veracidad con la luz y el ímpetu de la Naturaleza en seis personajes con encanto y personalidad.
La pasional protagonista se enamora de varios hombres a lo largo de la película, cada uno de ellos muy diferente al anterior. El director y guionista los mira con aprecio y ternura a todos, como queriendo destacar una naturaleza común, la de los girasoles en busca de una luz permanente que todos los días termina por apagarse prometiendo que volverá. No es de extrañar que los protagonistas comiencen y terminen la historia en medio de una naturaleza pacífica y generosa (el mar o un paisaje campestre sin límites). Sus vaivenes sentimentales les dejan agotados en busca de un poco de permanencia y quietud.
La profundidad de las relaciones que expone la película tiene la misma capa de superficialidad con la que sus protagonistas deciden unirse o separarse. Pero Rosales confirma que es un grandísimo cineasta al dejar libertad al espectador para que mida la veracidad y belleza del relato. Por eso, su cine permanece en la memoria del espectador a pesar de reflejar historias que podían definirse como banales.
Los contrastes de la música son un vehículo perfecto para mostrar un itinerario sorprendente, en el que el naturalismo interpretativo, la viveza de los diálogos y la cuidada planificación embellecen las incoherencias y desdichas de unas relaciones más adolescentes que adultas, pero superadas por una felicidad esporádica, siempre asociada a los momentos de una cierta madurez familiar. “Para la protagonista, la felicidad es inconcebible sin la felicidad de sus hijos”, confirma el director de esta película, que en ningún momento se deja etiquetar.