Estrenada en Cannes, esta película tiene un problema, uno solo, pero grave. Es que a la media hora, el guión-motor del coche de Moretti dice “hasta aquí hemos llegado, se acabó la gasolina”.
El resto, hasta los 102 minutos, es narcisismo morettiano, rellenos siguiendo a Piccoli con cara de “aquí estamos porque hemos venido”, digresiones y reiteraciones, parsimonia, cambios de registro desconcertantes… y no saber qué hacer para acabar una tragicomedia que empieza de una manera muy inteligente y divertida, con una elegancia llamativa.
No es nuevo esto en la carrera de Moretti, casi siempre a caballo entre el sketch –estirado hasta deshilacharlo– de programa cómico de TV (esos partidos de voleibol interminables entre los cardenales, la trama en la representación de La Gaviota) y momentos de gran director (la primera conversación entre el Papa electo y el psicoanalista, en el que un campanudo Moretti está encantado de conocerse) que escribe y rueda secuencias memorables pero descuida mucho la evolución de sus personajes. En este último sentido, incluso en clave cómica, el personaje papal de Piccoli no está bien construido, es muy poca cosa y da para poco, porque no te lo crees…
Moretti, cuando se pone pesado (en plan conciencia moral de Occidente), es tremendo, pero afortunadamente es más pesado en la vida real que en sus trabajos cinematográficos, con lo que es una buena noticia, especialmente para los italianos, que vuelva al cine y pueda ofrecernos buenas películas, como las que nos ha regalado tres o cuatro veces.
Podemos decir habemus peliculam, sí, pero medianeja, irregular y con un tramo final llamativamente pobre. Quedan, como ya hemos mencionado, algunas situaciones muy divertidas y un vapuleo jocoso y pleno de ironía a la idiotez de muchos aprioris del psicoanálisis. Y por supuesto, la innegable habilidad, el talento de Moretti para lograr que el espectador haga con él un pacto cómico. Aunque, esta vez, la cosa solo aguante un tercio escaso del metraje.