La veterana realizadora alemana Margarethe Von Trotta no tiene miedo al riesgo. Si hace dos años estrenó Visión –el retrato de Santa Hildegarda de Bingen–, ahora presenta una interesantísima película sobre Hannah Arendt, la polémica filósofa alemana y judía, discípula de Heidegger y autora de, entre otras obras, Los orígenes del totalitarismo y Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal.
Precisamente la cinta se centra en el recorrido filosófico y literario que dio lugar a esta última obra. Arendt, que había vivido en sus propias carnes el horror del régimen nazi, asistió al juicio de Adolf Eichmann, el coronel de las SS responsable del transporte de los deportados durante el Holocausto, con el objetivo de escribir una crónica para The New Yorker. Durante el proceso, la pensadora alemana llegó a la conclusión de que los terribles crímenes que se estaban juzgando no habían sido protagonizados por un sádico ni por un personaje poderoso y malvado… sino por un hombre mediocre, que actuaba sin ningún tipo de convicción; un burócrata gris que había dejado de ser persona porque había renunciado a su capacidad de pensar. Por otra parte, y en esta misma línea, Arendt se preguntaba si las autoridades judías no podrían haber hecho algo más para evitar esos crímenes. “Resistirse era imposible –sentencia en un momento de la película–, pero quizás entre la resistencia y la colaboración hay algo…”.
Von Trotta ha tardado diez años en sacar adelante una cinta que nadie quería financiar. La espera ha valido la pena. El producto es impecable, desde el poderoso guion, donde encontramos la jugosa discusión filosófica y el terrible drama interno que sufrió la filósofa por el rechazo con el que se recibió su obra entre la comunidad judía, hasta la sabia decisión de ficcionar mínimamente el juicio contra Eichmann y apoyarse, sin embargo, para ese tramo, en imágenes de archivo. Hay que destacar además el magnífico reparto, liderado por Barbara Sukowa, habitual de las películas de Von Trotta.
Cine imprescindible. Un tratamiento de choque en la –muchas veces– excesivamente frívola cartelera. Solo por la electrizante escena en la que Arendt defiende sus tesis frente a un aula repleta de jóvenes estudiantes merece la pena pagar la entrada. Pura adrenalina para el cerebro.