El talento desplegado por el chileno Larraín en No, donde cuenta una campaña política de propaganda contra la propuesta de Pinochet en el referendo de 1988, debió de llamar la atención del director Darren Aronofsky, productor de esta película que ganó el premio al mejor guion en el festival de Venecia y que opta a tres Oscar.
Admirable resulta la historia que ha escrito Noah Oppenheim, hasta ahora guionista de adaptaciones sin mayor trascendencia (El corredor del laberinto y La serie Divergente: Leal). Oppenheim dispone un relato hipnótico, que permite acercarse a la terrible experiencia de una mujer que acaba de perder a su marido en un brutal atentado y que se siente en la obligación de tomar decisiones como Primera Dama, esposa y madre.
Los riesgos del relato (como los de la historia real, llena de dilemas) eran tremendos, y Oppenheim demuestra una inteligencia poco común en este tipo de películas que cuentan hechos históricos. La entrevista que la viuda de Kennedy concedió a un periodista de la revista Life pocos días después del asesinato vertebra una película tensa, conmovedora, honesta, habilísima.
El montaje, con fragmentos en blanco y negro que copian registros televisivos célebres, la calidad de la fotografía del francés Stéphane Fontaine (Un profeta) y la música desasosegante del londinense Mica Levi ayudan a que la película, formidablemente dirigida, logre el objetivo que se anuncia en su título y en un cartel modélico: una bella y joven y elegante mujer de rojo sobre fondo rojo, su nombre Jackie en letra escrita a mano que desborda seducción y carácter, y revela a un personaje asociado a su marido hasta en el nombre: JFK, fue siempre Jack para su familia. Una mujer de 34 años con dos hijos pequeños, que meses antes de perder a su marido ha enterrado a su cuarto hijo, muerto al poco de nacer. Jacqueline Kennedy despide al hombre con el que se casó hace solo 10 años y quiere hacer de su sepelio algo inolvidable, aunque tenga que batallar con tirios y troyanos.