Veinte años después del estreno de Rambo III, el ya sexagenario Sylvester Stallone ha escrito, dirigido y protagonizado esta cuarta aventura fílmica del popular soldado de élite, que está haciendo una notable taquilla en Estados Unidos. Esta vez, John Rambo abandona su vida tranquila en Tailandia para conducir a la peligrosa Birmania a un grupo de misioneros cristianos, que llevan medicinas, alimentos y biblias a una zona selvática devastada por la guerra civil. Finalmente, el ex boina verde se implicará de lleno en el conflicto, junto a un grupo internacional de mercenarios, cuando los misioneros son secuestrados por una brutal facción del ejército birmano.
Se luce Stallone en su habitual interpretación estólida y sentenciosa, así como en su poderosa puesta en escena, narrativamente ágil y muy impactante en las secuencias bélicas, poco verosímiles, pero siempre claras y precisas. También funciona estéticamente su iconografía religiosa en torno al infierno birmano, el cielo que intentan traer los misioneros y el purgatorio permanente en el que vive Rambo, y del que en el fondo ansía escapar. Sin embargo, el conjunto se devalúa por un pesimismo excesivo -que, en cierta manera, asume la imposibilidad de mejorar las cosas-, así como una violencia claramente desmesurada y un poco sádica.