Joy cuenta de una manera singular la historia de Joy Mangano, empresaria de éxito, inventora de la “fregona milagro”, centrándose en lo difícil que resultó conseguir su carrera y en el papel fundamental que en ella tuvo su (disfuncional) familia. David O. Russell, director y principal guionista de esta historia, declaró abiertamente que su película no era una biografía, sino una ficción basada en la realidad. La historia es auténtica, los detalles son cinematográficos. Hay una narradora, la abuela de Joy, que recuerda la inventiva que tenía la niña, lo inteligente que era, las oportunidades que se le ofrecieron, y cómo sacrificó un brillante futuro por ayudar a su familia.
La historia arranca con una imagen inspirada en Vive como quieras de Frank Capra, una casa en la que todo es un caos y en cada esquina hay alguien haciendo lo que le da la gana. Pero, al revés que en el modelo, no existe la armonía de la libertad sino el desastre de egoísmos combinados.
Deliberadamente, y ello constituye uno de los atractivos –y debilidades– de la película, esta cinta tiene la forma de un inmenso culebrón, de aquellas interminables películas de amor y lujo de los años sesenta (época en que arranca la historia). El culebrón es, además, un Leitmotiv de esta película: uno de los personajes vive encerrado en una habitación alimentándose de una imitación de la célebre Dinastía. La historia de Joy resulta atractiva, el personaje engancha y sus calamidades conmueven al espectador. Pero el guionista tenía que evitar los excesos del culebrón, y no siempre lo logra. Aunque Russell salva los muebles, está casi todo el tiempo rozando la caricatura y el ridículo.
Sin duda la barca llega a puerto gracias a la actriz Jennifer Lawrence, alma de la película junto a quien De Niro, Bradley Cooper o Isabella Rossellini son meros comparsas.
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