La película sigue los erráticos pasos del guionista Rick (Christian Bale), que va de aquí para allá en Hollywood y Las Vegas, siempre rodeado de gente, siempre solo, a la deriva en un mar de insatisfacción. El título hace referencia a la carta del tarot que representa a un aventurero romántico guiado por sus emociones.
Malick y Emmanuel Lubezki (triple ganador del Oscar a la mejor fotografía) ofrecen un duro y bellísimo retrato de la banalidad de la vida disipada y hedonista en la meca del cine. A la vez, es un muy personal ejercicio de memoria biográfica del propio Malick, que estudio cine en Los Ángeles a final de los años 60 y dio allí sus primeros pasos como guionista, casándose por primera vez, en un matrimonio que duró poquísimo. El relato es una suerte de paráfrasis de El progreso del peregrino, la célebre novela alegórica de John Bunyan, publicada en 1678 y 1684.
Si entras en comunión con la oración de Malick (que se une a la plegaria de Bunyan, perseguido por los anglicanos en el XVII), la película es tremenda, te deja el alma en carne viva.
En Knight of Cups, Malick dialoga por primera vez con Sodoma (la segunda será Song to Song, en ambientes musicales) entrando en los dantescos escenarios de la noche californiana, introduciéndose con una estética deslumbrante por los vericuetos del desenfreno y la banalidad del mundo de la fama, el éxito y el lujo como meta: el lado más frívolo e insustancial de Hollywood. El contraste son los desiertos que rodean Los Ángeles y las playas de Malibú, como espacio de soledad, propicios a detectar las señales que Dios no deja de enviar.
Knight of Cups supone una depuración de la poética malickiana, con una nueva reivindicación del gran relato ontoteológico.
No estamos ante el llamado cine de montaña, que requiere del espectador una disposición a la subida, al esfuerzo. Es cine de alta montaña, para escaladores. Como bien señala Fisk, diseñador de producción de la película y uno de los mejores amigos de Malick, la película es una catarata que te inunda, que te anega. Pero con Malick puedes bucear hacia la superficie y comprobar que es muy sabia la sentencia agustiniana que suena expresamente en la película: Ama, y haz lo que quieras.