Jonathan Demme (Nueva York, 1944) dirige de manera irregular este valioso drama familiar que cuenta con excelentes interpretaciones y un interesante guión de la debutante Jenny Lumet, hija del veterano realizador Sidney Lumet.
Con motivo de la boda de su hermana Rachel, Kim, una joven actriz y modelo, sale de un centro de rehabilitación para drogadictos. La casa de sus padres es un bullir de preparativos y una sarcástica Kim no se adapta bien al clima de alegría porque dentro de ella hay un sentido de culpa devorador y piensa que sus padres y su hermana no la quieren igual que antes.
Si hemos calificado la dirección como irregular es porque Demme (El silencio de los corderos) comete un error al dejar que la película se vaya a los 114 minutos, a los que se llega por una absurda acumulación de música, discursos y bailes que ponen a prueba la paciencia del espectador. Como es sabido, después de rodar dos anodinos remakes (El mensajero del miedo, La verdad sobre Charlie), Demme ha manifestado que se “retira” al documental; y la verdad es que esta película tiene ese estilo, con mucha cámara en mano, una buenísima mano, por cierto.
La película tiene un guión poderoso, con unos personajes llenos de interés, aunque ciertamente el subgénero empleado (ajustes de cuentas aprovechando una boda) sea muy conocido. También se le va la mano melodramática en algún vericueto de un recorrido donde se abordan unas traumáticas relaciones paterno-filiales con dureza y ternura. Anne Hathaway demuestra que ha madurado como actriz dramática y hace un estupendo trabajo en una cinta que cuenta con algunas secuencias muy brillantes, especialmente las que dominan unos magníficos Bill Irwin y Debra Winger, que hacen de padres de Kim.