En la línea de sus anteriores obras -esperpénticas, bestias, cutres-, esta sin embargo es quizá algo más contenida. La idea para el relato de suspense es buena: en el centro de Madrid, una comunidad de vecinos -paupérrima, miserable, maloliente y sucia-, dirigidos y dominados por el presidente, es uña y carne, es una comunidad total y absoluta. Pero a un repugnante viejo le toca la quiniela, y no quiere repartir los millones. Se ve obligado a no salir ni a la escalera, para que no se los quiten.
El señor ingeniero también escapa de la férrea comunidad vendiendo su piso a una inmobiliaria, que lo deja limpio, lujoso, brillante como una joya en aquel cenagal podrido. Todo esto ha sucedido antes de que comience la película, que se incia cuando Carmen Maura se encarga, como empleada temporal de la inmobiliaria, de enseñar el reluciente piso a los posibles compradores. Es ella la que descubre que el repugnante viejo ha muerto, y la que también descubre el repulsivo nido de los millones. El resto es el angustioso intento de Carmen Maura por huir del inmueble con los millones, y el obstinado esfuerzo de la comunidad por arrancarle el dinero y tal vez la vida.
Los numerosos miembros de la comunidad son interpretados por actores y actrices de primera categoría. Una labor coral extraordinaria. Carmen Maura está tan divertida y patética como siempre, sólo que esta vez le han dado la Concha de Plata. La película está notablemente bien rodada y dirigida, magníficamente fotografiada. Incluso con efectos especiales aceptables. Acaba… porque ya se han cumplido dos horas, aunque no da tiempo a que mueran todos los miembros de la comunidad; quiero decir que el guión podía haber sido más redondo y perfilado.
Al final, caen billetes de broma desde lo alto del cielo sin venir a cuento; queda bien, pero no viene a cuento. Y, más que no venir a cuento, es de todo punto increíble, que por muy avariciosa que se muestre Carmen Maura acabe con quien acaba sólo por dinero: eso acumula todos los más espantosos adjetivos.
Pedro Antonio Urbina