Director: Jean-François Pouliot. Guión: Ken Scott. Intérpretes: Raymond Brouchard, David Boutin, Benoit Brière, Pierre Collin, Lucie Laurier, Bruno Blanchet, Rita Lafontaine. 108 min. Jóvenes-adultos.
Sainte Marie la Mauderne es un pequeño pueblo de pescadores al borde de la extinción y sólo unas pocas familias resisten todavía a la tentación de emigrar. Cuando parece que Sainte Marie tiene los días contados, una empresa decide abrir una fábrica en el pueblo, a condición de que el municipio cuente con un médico residente durante un mínimo de cinco años. A pesar de los esfuerzos de Germain Lesage, el improvisado nuevo alcalde, ningún médico responde a sus llamadas. Cuando han perdido toda esperanza, se recibe la noticia de que un joven médico, rico y pijo, deberá pasar un mes en Sainte Marie. Germain moviliza a todo el pueblo en una gigantesca maniobra de seducción: disponen de un mes para convencer al doctor de quedarse definitivamente en Sainte Marie. Para lograr que el doctor se sienta a gusto todos fingen amar el cricket y el jazz, en el bar aparecen milagrosamente como «platos del día» sus menús favoritos, cuando va a pescar, los peces -congelados- se precipitan a sus anzuelos, etc.
La opera prima del canadiense Jean-Francois Pouliot es una agradable sorpresa, claramente inspirada en comedias clásicas británicas e irlandesas, y más cerca de nosotros, en la reciente Despertando a Ned. Se trata de una obra coral en la que el protagonista es todo un pueblo lleno de personajes entrañables; una historia disparatada que requiere una buena dosis de ingenuidad del espectador que desea creer en los milagros y en la inocente astucia de los pueblerinos. El alcalde Germain (Raymond Bouchard) lleva el peso de la cinta, con su expresiva cara que muestra los altibajos de sus pequeñas trampas; mientras que el Dr. Lewis (David Boutin) tiene un papel más difícil ya que debe creerse todo lo que le ocurre.
Con ser una película amable y digna de verse, La gran seducción no es una comedia redonda; es demasiado larga y explota una única fórmula: la escucha de una conversación telefónica seguida de trampa ad hoc. Debería ser algo más breve y disparatada, como lo eran los grandes modelos de la difunta factoría Ealing que la inspiran.
Fernando Gil-Delgado