La Francia ocupada por los alemanes en 1944. Aunque la atmósfera está enrarecida, en los pueblecitos de Longeverne y Velran se vive la guerra con cierta tranquilidad, pero no así entre los chicos de ambos pueblos, cuya rivalidad porque unos cazan en territorio de los otros les lleva a mantener sus particulares batallas, donde la prueba de la victoria son los botones que se arrancan de sus prendas de vestir. Lebrac, líder de uno de los grupos, vivirá su primer amor por Violeta, una chica que guarda un secreto. Y todos aprenderán que la guerra que libran los mayores es más importante que la suya.
La novela homónima de Louis Pergaud fue llevada al cine con bastante fortuna por Yves Robert en 1962 hasta convertirse en una especie de clásico familiar en el país galo. Menos fortuna tuvo una producción de David Puttnam que adaptaba la historia al mundo anglosajón. Ahora es Christophe Barratier, el director de Los chicos del coro, quien revisita la conocida trama. La principal novedad consiste en situarla en la Segunda Guerra Mundial, o sea, encerrar una guerra dentro de otra, lo que explica que el título original aluda a una «nueva» guerra de los botones. Ello permite dar algo más de peso a los adultos, introducir cuestiones como el antisemitismo, y tratar una interesante idea, la de cómo juzgan los niños y jóvenes a sus mayores, a veces injustamente.
Aunque a ratos Barratier se pasa un poco de sensiblero, en líneas generales entrega una grata película familiar, buen retrato de la infancia y de las etapas de transición a la edad adulta. Algunas mezquindades de un chico que podrían tener terribles consecuencias no previstas, hacen pensar en esa obra maestra de Louis Malle titulada Adiós, muchachos. Barratier confirma que se le da de perlas escoger a actores jóvenes, y de modo especial acierta con el pequeñajo Clément Godefroy como le petit Gibus.