John McClane vuelve a estar en el lugar y momento equivocados, pero con sus expeditivos métodos de trabajo -un hombre analógico en un mundo digital- logrará salvar el mundo y estrechar lazos con su joven hija.
La película, por supuesto, ofrece un ritmo vertiginoso y elaboradas escenas de acción. Son disparatadas pero, ¿qué importa? Aceptada la premisa de la suspensión de la incredulidad, se disfruta de auténticos momentos circenses, como el enfrentamiento del túnel o cómo derribar un helicóptero con un automóvil, o el duelo entre un camión y un caza de combate.
Pero los efectos especiales y las coreografías no bastan. Hay además un guión inteligente de Mark Bomback, que parte del artículo periodístico de John Carlin “A Farewell to Arms” (Adiós a las armas), sobre la excesiva dependencia tecnológica. La trama especula sobre qué ocurriría si piratas informáticos colapsaran los equipos que regulan la circulación, el suministro energético, las finanzas, la seguridad nacional… Y el telón de fondo de los miedos post 11-S refuerza el planteamiento. McClane debe llevar a cabo una tarea sencilla -poner a un hacker a disposición del FBI-, pero las cosas se complican cuando un equipo de terroristas trata de eliminar a su hombre. Lo lidera un villano de envergadura (Timothy Olyphant), con oscuros propósitos no desvelados enseguida.
El film es fiel al espíritu de la saga, también en la añoranza del héroe por la vida familiar, y en el sacrificio y la renuncia, precio que debe pagar quien tan altas cualidades posee para enfrentarse a los villanos de turno. Hay además mucho sentido del humor, buenas réplicas y guiños para McClane, inmenso Bruce Willis, cuando conversa con su “protegido”, su hija, el FBI o los “malos”.