Dennis Gansel ya demostró en Napola su interés por los jóvenes y la atracción que pueden ejercer en ellos las ideologías totalitarias. En La ola vuelve a abordar el tema, pero en un contexto contemporáneo en vez de nazi. La trama gira alrededor de Rainer Wenger, un carismático profesor de instituto que ansiaba dirigir un proyecto educativo en torno a la anarquía; un colega se le ha adelantado, y debe conformarse con tratar en clase la autarquía.
Relacionándolo con el surgimiento de dictaduras, el fascismo y el nazismo, Wenger articula unas sesiones muy prácticas, en que presenta los elementos que explican su atractivo: espíritu de grupo, ideales comunes, ayuda mutua, uniformes y parafernalia exterior… Un día pide que vengan todos con vaqueros y camisa blanca, o que diseñen un logo, o que… Los chicos empiezan a entusiasmarse con ese movimiento que denominan “La ola”. Parece que ganan en autoestima y espíritu de iniciativa. Pero puede que dicha “ola” se transforme en “tsunami”, un caldo de cultivo de actitudes violentas, abuso de poder y desprecio de las minorías.
Este film está mejor planteado que resuelto. Es una pena que Gansel y Peter Thorwarth, que adaptan a la Alemania de hoy una novela de Todd Strasser –la acción del libro ocurre en Estados Unidos–, no hayan concebido un final más redondo. La idea es atractiva y se presta al debate, al advertir no sólo de los peligros de determinadas ideologías, sino también del adocenamiento juvenil, que se aburre con la droga, el alcohol, el sexo y las fiestas, y que necesita algo más. También es sugerente el dibujo del profesor protagonista, que pierde el control del experimento, y que no toma las medidas necesarias para que las aguas vuelvan a su cauce, por pura vanidad.
Entre los personajes de los estudiantes, algunos interesan más que otros, y el destino de alguno se ve venir. Gansel imprime a la narración un ritmo dinámico, muy heavy, en las actividades clandestinas de los chicos, en esas clases que galvanizan al alumnado y en los partidos de waterpolo.