Lara acaba de regresar de París con Telmo y están buscando un piso para instalarse en San Sebastián. Dani les enseña la vivienda y se queda mirando a Lara, como si la conociese de antes… Aquí empieza un juego dramático que pretende hacer cómplice al espectador, y creo que lo consigue.
En su paso por el Festival de San Sebastián, esta película dirigida y escrita por el guipuzcoano Alberto Gastesi, y protagonizada por su hermano Iñigo y por Loreto Mauleón (Patria, Los renglones torcidos de Dios), se convirtió en una de las sorpresas más unánimemente celebradas por crítica y público. La película deja claro que Donosti es un escenario impagable, pero no basta con eso (y si no, que se lo pregunten a Woody Allen y su desnatada Rifkin’s Festival). Hay que contar una buena historia, y eso es lo que hace la película. O más que contarla, dejar que el espectador la construya. El riesgo es evidente, y más aún si parte del metraje está rodado en euskera y se opta por utilizar el blanco y negro. Las posibilidades de hacer una de esas obras incomprendidas que nacen y mueren en un festival se multiplican.
Con todo lo referido en el párrafo anterior, los méritos de esta ópera prima resaltan más, porque la película sugiere en diferentes niveles, y tiene esa sencillez, elegancia y verdad en la interpretación y el guion que suelen lograr los grandes cineastas en sus inicios, y algunos, en su plenitud.
En el fondo, La quietud en la tormenta habla de lo mismo que la escena que más le gustaba a Truffaut de Ciudadano Kane (minuto 30: esa joven de blanco con una sombrilla blanca que se cruza una vez en tu vida y, sin embargo, nunca has podido olvidar). Probablemente, Welles había leído El beso de Chéjov, y Alberto Gastesi haya bebido de los dos para contar esta nueva revisitación, tan universal como original, del “¿Qué sería de mi vida si….”