Director: Steven Spielberg. Guión: Sacha Gervasi, Jeff Nathanson y Andrew Niccol. Intérpretes: Tom Hanks, Catherine Zeta-Jones, Stanley Tucci, Diego Luna, Chi McBride, Barry Shabaka Henley, Kumar Pallana, Zoe Saldana. 128 min. Jóvenes.
¡Qué bello es quedar atrapado en una terminal!, podríamos decir parafraseando el film más célebre de Frank Capra. Porque ésa es la singular propuesta del último trabajo de Spielberg. Viktor Navorski, ciudadano de un imaginario país de la Europa del Este, se encuentra con la sorpresa, al pasar por el control de aduanas del neoyorquino aeropuerto JFK, de que su pasaporte está invalidado. Su patria ha sufrido un golpe de estado, y mientras se clarifica la situación se ve abocado a la kafkiana situación de vivir en la zona de tránsito. Pronto se convierte en un elemento más del paisaje, hace buenos amigos, e incluso se enamora.
Película ligera, optimista, en la línea iniciada por Spielberg con «Atrápame si puedes». Pero «La terminal» es más redonda, y sus temas de mayor enjundia: se nota la mano argumental de Niccol, y sus famosas historias-límite («Gattaca», «El show de Truman», «S1m0ne»). Destaca la tenacidad del protagonista, que quiere ser tratado como una persona, justamente, y que cada mañana rellena, como buen héroe capriano, el formulario para entrar en Estados Unidos, petición siempre denegada. Hay un villano, Stanley Tucci, al que resulta imposible odiar, atado a la letra del reglamento, incapaz de leer su espíritu, que no sabe ver personas en las incidencias cotidianas. Un grupo de trabajadores de la terminal, inmigrantes, permite una honda crítica a cómo recibe el país de las oportunidades, a veces, a sus nuevos ciudadanos. Y resulta entrañable la historia de esa azafata, que, nunca mejor dicho, no acaba de tener los pies en el suelo.
Los que no soportaron a Spielberg hasta «La lista de Schindler», eternos cenizos, odiarán el film. No así el público normal, que gozará de una historia con humor, rebosante de humanidad y buenos sentimientos, incluida la muy spielbergiana razón por la que viaja Navorski. Pasajes como el de las cámaras de seguridad, siguiendo al protagonista al más puro estilo Chaplin, son destellos de un director de gran poder visual, capaz de convertir lo que para muchos suele ser un lugar deprimente, el aeropuerto, en lugar luminoso donde acontecen las historias más bellas.
José María Aresté