Director: Stephen Daldry. Guión: David Hare. Intérpretes: Nicole Kidman, Julianne Moore, Meryl Streep, Ed Harris, Leonard Woolf, Miranda Richardson, Toni Collette, Jeff Daniels, John C. Reilly, Claire Danes. 114 min. Adultos.
La filosofía vital de Virginia Woolf en tres tiempos y a lo largo de unas horas, a través del devenir de tres mujeres. Una de ellas es la propia escritora, retirada en su casa a las afueras de Londres en 1923, mientras escribe La señora Dalloway, una de sus obras emblemáticas. Apática y deprimida, temerosa de la servidumbre, el rostro de la novelista se ilumina con la visita de su hermana y sus sobrinos. Las horas de las otras dos mujeres, a quienes influye de modo decisivo la lectura de la novela de Woolf, transcurren en 1951 y 2001. Laura Brown es una mujer de los Ángeles, casada y con un hijo, ama de casa aburrida a punto de estallar, pese a su fachada de «feliz mujer norteamericana». La otra mujer, Clarissa Vaughan, tocaya de la heroína imaginaria de Woolf, vive con una mujer, y su vida se encuentra plegada a numerosos convencionalismos.
El guión de David Hare adapta con fidelidad la novela de Michael Cunningham, ganadora del Premio Pulitzer en 1998. Y su puesta en escena por Stephen Daldry (Billy Elliot) hace que la narración fílmica de tres historias paralelas, donde los ecos de una resuenan en la otra, parezca sencilla. Esto es así gracias a unas transiciones muy meditadas y al trabajo interpretativo en su conjunto, en especial de ese trío de mujeres en crisis encarnadas con poderío por Nicole Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep. A nadie puede extrañar que la película haya acaparado nueve candidaturas a los Oscar, incluidas las correspondientes a mejor película, director y actriz (Nicole Kidman).
Por otra parte, el film conecta bien con cierta sensibilidad contemporánea, de personas que se encuentran continuamente insatisfechas consigo mismas y que desean vivir la vida intensamente sin saber bien cómo. Más allá de la bisexualidad de las tres mujeres, tímidamente experimentada o plenamente asumida, dominan las lágrimas contenidas, los silencios, la soledad de fondo. Ni las alegrías sencillas -como un ramo de flores o una mañana recién lavada-, ni el ajetreo de los preparativos de una fiesta impiden la amargura, pues en esa su vida ordinaria falta lo más importante: el sentido. Tales planteamientos llegan a Laura y Clarissa por influencia de Virginia Woolf, en cuya literatura late, cuando se afianza el invierno de su descontento, un vitalismo que se revela de todo punto estéril. Tan estéril que puede incluso conducir a designios suicidas. Así, el arranque del film, con Virginia Woolf hundiéndose en el río Duse, planea sobre las tres historias, hasta presentar el suicidio como salida razonable (o al menos, no condenable) ante los problemas que acucian a los personajes.
José María Aresté