Hélène Berthier celebra su 75 cumpleaños en su casa de las afueras de París. Están sus hijos y nietos. Una hija ha venido de Nueva York y otro hijo, de China; el tercero vive en París. La fiesta permite ver los tesoros que ha reunido la familia con el paso de los años, en particular la colección de pintura. Poco después la dama fallece y los tres hermanos deben decidir qué hacer con ese patrimonio, y qué se puede conservar.
La película de Olivier Assayas (París, 1955) es bella, está bien interpretada y contiene mil detalles que llegan al cerebro y al corazón del espectador: familia, trabajo, recuerdos, las cosas que importan de verdad. Pero está realizada de una manera excesivamente cerebral, fría y distante, hasta el punto de que la película se puede admirar como un pequeño monumento pero nada más. Assayas ha tenido una idea original: que el vehículo conductor de la historia fueran los objetos, la herencia; pero luego le ha faltado gracia para contar la historia de una manera atrayente. La película se hace larga.