Se habla, con razón, de un reverdecer del western en el cine contemporáneo. Esta gran película del francés Audiard recibió el premio al director en Venecia y en los César, galardones del cine francés. Son reconocimientos merecidos porque Audiard dirige mucho y bien una historia sustanciosa que se cuenta con mucho talento. El realizador parisino de 67 años ya tenía en su haber dos películas muy poderosas: Dheepan (Palma de Oro en Cannes) y Un profeta (Premio del Jurado en Cannes). Audiard escribe sus guiones a cuatro manos con Thomas Bidegain y este hecho se nota en el tono y el ritmo de sus narraciones, que presentan un logrado equilibrio entre paisaje y figuras, entre los viajes que transforman a los personajes y el espacio que crean y modifican esos personajes.
Dos asesinos a sueldo en Oregón. Año 1850. Los sicarios son hermanos y se apellidan Sisters (Hermanas). Reciben un encargo, uno más en su dilatada nómina de crímenes. Hasta aquí, el lector podría pensar que esto ya nos lo contaron mucha veces y algunas bastante bien. Pero la adaptación de la novela de Patrick Dewitt es muy ambiciosa porque supone un acercamiento inteligente y polisémico al western. Algunos comparan la película con El hombre que mató a Liberty Valance y no entiendo muy bien la comparación, ni en fondo ni en la forma, pero admito que los nombres de Ford, Hawks, Mann, Peckinpah y Eastwood son pertinentes para juzgar el trabajo de Audiard, especialmente los tres últimos.
La película, rodada en España (el desierto almeriense de Tabernas, el Pirineo de Huesca, la navarra sierra de Urbasa) y Rumanía, es muy hermosa de ver, aunque sea dura y áspera. Audiard prescinde del cinismo y de los aires de superioridad que afean otras películas muy críticas con la imagen legendaria del Oeste. El Oeste es salvaje y, en algunos momentos la película lo es. Audiard mira a sus personajes con honestidad y cuenta la fiebre del oro, la caza del hombre, la inseguridad del que vive al día. El pragmatismo americano, siempre maridado con un utopismo puritano muy característico, recorre una historia que es mucho más que la de dos personajes trágicos; es una mirada al nacimiento de una nación.
Reilly, Phoenix, Gyllenhaal y Ahmed componen personajes memorables, engrasados para que nada chirríe en su evolución y su credibilidad conmueva. Los viste una leyenda del diseño de vestuario: Milena Canonero. Otro grande, Alexandre Desplat, pone la música a una película que ayuda a entender por qué el western es inevitable cuando quieres entender el cine como arte mayor.