En 1963 Stan Lee juntó por primera vez una serie de héroes que llevaban tiempo volando en solitario por las páginas de los comics de la casa Marvel. Los últimos años ha ocurrido algo parecido en la filial cinematográfica. Desde hace tiempo han intentado, con diversa fortuna, encontrar el actor ideal para algunos de sus personajes; el famoso Iron Man halló su expresión adecuada en Robert Downey Jr. –y con Gwyneth Paltrow en el papel de Potts, su encantadora secretaria–; más problemas tuvo Hulk, que cambió de actor en cada entrega (Mark Ruffalo, el actual, es el mejor, con diferencia); a Thor lo encarnó perfectamente, y a la primera, Chris Hemsworth; mientras que el Capitán América, tras un rotundo fiasco que no llegó a estrenarse en Europa, fue rescatado por Chris Evans (a costa de la Antorcha Humana de los 4 Fantásticos). Cada uno de los últimos estrenos venía acompañado de la coletilla “preparación para Los Vengadores”.
El resultado es sobresaliente, a sabiendas de que no todo el mundo quiere ver historias intrascendentes de héroes disfrazados. Pero si el espectador va a la sala dispuesto a comer palomitas y a dejarse llevar por una película pensada como puro entretenimiento, no tendrá motivo de queja.
Joss Whedon, coguionista y director de esta espectacular aventura, ha realizado un gran trabajo; en primer lugar con un guión inteligente, que aporta una cierta profundidad a los personajes, maneja con soltura un buen número de actores importantes, no descuida a ninguno de los superhéroes –ni de los diversos secundarios de lujo–, tiene mucho humor y suministra acción en un ininterrumpido crescendo. Además, aunque la película es completa en sí misma, sirve de prólogo para cualquier nueva entrega que se quiera hacer. Sólo cabe decir que a quien corresponda dirigir la próxima le va a costar mucho mantener el nivel alcanzado en esta.
No sorprende que uno de los grandes protagonistas de esta historia sea el departamento de efectos especiales; pero sí llama la atención que, a estas alturas, te puedan sorprender con unas imágenes extraordinarias, como la batalla en Nueva York, que consigue una fabulosa secuencia aérea de la ciudad en pleno caos, y muchas más, siempre acertadas, en servicio del argumento, sin sustituirlo.