Película delicada, sobria, creíble. Drama humano basado en hechos reales. En condiciones normales, la historia de los Loving, Richard y Mildred, sería una preciosa aventura de la cotidianeidad, de interés sobre todo para sus protagonistas, un hombre y una mujer que se aman tiernamente, y constituyen una familia. Pero las circunstancias lo cambian todo. Richard es blanco; Mildred, negra. Corre el año 1958 y deben viajar a Washington para casarse y burlar las leyes raciales de Virginia.
Jeff Nichols, director y guionista, alterna thrillers y dramas de corte más realista con brillantez; lo prueban Take Shelter, Mud, Midnight Special y Loving. Y demuestra una gran capacidad narrativa y de creación de personajes memorables, que se enfrentan a conflictos de entidad, junto a un gran sentido estético –aquí es preciosa la fotografía de época sin colores llamativos–, y su cuidada partitura musical.
El film se prestaba al cliché, la típica película “buenista” que describe la lucha titánica de unos personajes para que se les reconozcan sus derechos. Nichols se arriesga ciñéndose a la realidad, y mostrando la sencillez de Richard y Mildred, que no tienen sensación ninguna de estar contribuyendo a cambiar la historia y dejar huella: personas sin estudios, simplemente buena gente, que quieren ser felices. Está fantástico el marido (Joel Edgerton), parco en palabras, no es un genio, pero se muestra resolutivo ocupándose de los suyos. Y ella (Ruth Negga), todo un descubrimiento: sabe dominar el miedo ante el acoso del sistema legal, y cuidar de su familia.
Por supuesto, se describen los hitos de la senda hacia el reconocimiento de los derechos de los Loving, con una interesante idea de fondo: cómo una norma legal puede dar carta de naturaleza a las mayores injusticias, aceptadas en tal tesitura como inevitables: es lo que hay. Pero el acierto es que no dominan la historia, que es sobre todo la historia de amor de una familia, atravesada de detalles y sucesos corrientes.
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