Formado en Londres, Gustavo Ron (Madrid, 1972) ha dirigido un documental y tres cortos antes de debutar en el largometraje de ficción con Mía Sarah. Se trata de una brillante fábula romántica, inusual en el cine español, con sugerentes resonancias de maestros clásicos -Lubitsch, McCarey, Capra, De Sica…- y modernos, como Alfonso Cuarón en «La princesita».
La acción se desarrolla en una lluviosa ciudad del norte de España. Desde la accidental muerte de sus padres, el adolescente Samuel no ha salido de la casa de su abuelo, un anciano y famoso escritor, del que aprende los secretos de la vida y el amor por los buenos libros. Por su parte, Marina, la hermana de Samuel, es una romántica veinteañera que trabaja duramente en un bar para sostener el hogar y pagar a los sucesivos psicólogos que no logran curar la agarofobia del travieso Samuel. Hasta que un día llega Gabriel, un joven psicólogo, tímido, cariñoso y paciente.
Cuesta un poco entrar en el audaz realismo mágico que propone Gustavo Ron. Pero, una vez dentro, se disfruta con pasión, tanto por su factura como por su fondo. Este último desarrolla un atractivo entramado de amores generosos, sutilmente abiertos a la trascendencia y cimentados en el respeto hacia la íntegra dignidad de los demás, sin reduccionismos hedonistas. Esto se articula en un guión abigarrado y en un riguroso trabajo de Ron como director de cámara y de actores. En la primera faceta, destaca su planificación esmerada y sustancial, en la que saca partido a la dirección artística, la fotografía y la música, todas ellas de alta calidad. Y, en cuanto a los actores, resultan especialmente chispeantes Diana Palazón, el joven Manuel Lozano y los inmensos Fernando Fernán-Gómez y Phyllida Law. Pero quizá el mérito mayor lo tienen Verónica Sánchez y Daniel Guzmán, que llenan de autenticidad su descarada trama romántica.
Ciertamente, la película sufre algún desfallecimiento narrativo y no alcanza en alguna escena toda la emotividad que pretendía. Pero son defectos menores en una «opera prima» de gran nivel estético y antropológico, que puede liderar la renovación argumental que tanto necesita el cine español.
Jerónimo José Martín