Coherente con la evolución hacia la esperanza de sus películas más recientes —El intercambio, Gran Torino e Invictus—, el octogenario Clint Eastwood afronta en su nuevo trabajo otros dos grandes temas existenciales: la muerte y el más allá. Y lo hace a partir de un guión de Peter Morgan (The Queen, El desafío: Frost contra Nixon, The Damned United), inspirado en las experiencias reales de personas que han estado al borde de la muerte y han atisbado lo que hay al otro lado del túnel que dicen ver.
Es el caso de Marie, una prestigiosa periodista y escritora francesa que, tras sufrir una traumática experiencia durante el tsunami de 2004 en el océano Índico, dedica su siguiente libro a la vida más allá de la muerte. En él aparece citado George, que tiene el don -o la maldición- de poder contactar con los seres queridos muertos de los que acuden a él, después de palparles las manos. Durante años, él y su hermano le han sacado rendimiento económico a esa cualidad. Pero ahora, George se niega a ejercitarla, y trabaja como obrero en el puerto de San Francisco. Por Internet, también conoce su existencia Marcus, un niño londinense con una madre alcohólica, que ansía contactar con su hermano gemelo Jason, fallecido en trágicas circunstancias. Las atormentadas vidas de los tres se irán acercando poco a poco.
Lo primero que sorprende de Más allá de la vida es el nuevo cambio de tono y estilo que adopta el camaleónico Clint Eastwood. Arranca el filme con una larga e impactante recreación del tsunami del sudeste asiático, magníficamente planificada y con una enorme fuerza dramática, aunque con unos efectos digitales mejorables. Y a continuación, el actor y director californiano adopta un sereno naturalismo trascendente -por llamarlo de alguna manera-, similar al de otras películas existenciales contemporáneas, como Grand Canyon, Vidas contadas o Crash; y muy alejado de las densas tensiones hiperrealistas de Mystic River o Million Dollar Baby. Por él deambulan cómodamente los personajes, encarnados con gran veracidad por todos los actores.
De este modo despliega Eastwood sus reflexiones sobre la vida, el sufrimiento, la muerte y el más allá, hilando siempre muy fino, salvo en el último tema, que afronta en clave más New Age y ecléctica que estrictamente cristiana, y complaciente incluso con cierto espiritismo. Tal vez este enfoque difuso refleje la perplejidad de Peter Morgan y Clint Eastwood. En todo caso, se agradecen la honestidad y elegancia de la mirada de ambos -siempre sin énfasis ideológicos-, sus certeras críticas al materialismo hedonista y a los fraudes esotéricos, y su apertura a la trascendencia a través del destino o la providencia -verdadero motor de la trama-, del valor de la redención personal y de la convicción de que hay algo más después de nuestra existencia terrena.