Director: Peter Weir. Guión: Peter Weir y John Collee. Intérpretes: Russell Crowe, Paul Bettany, James DArcy, Edward Woodall, Chris Larkin, Max Pirkis. 138 min. Jóvenes.
Sotavento. Foque, trinquete, bauprés. Confieso haberme perdido en más de una ocasión, entre términos náuticos incomprensibles, al leer libros que transcurren en el mar. Para los que somos de tierra adentro, el inicio de Master and Commander nos hace temblar. Pero el susto dura poco. La descripción de la vida a bordo del Surprise, espléndida nave de Su Majestad Británica que surca los mares en 1805, durante las guerras napoleónicas, es un paso necesario. Así estamos listos para adentrarnos en la historia, inspirada en la décima novela de Patrick OBrian sobre el capitán Jack Aubrey «el Afortunado», aunque con elementos de las otras.
Aubrey, capitán del Surprise, tiene órdenes de capturar el Acheron, buque insignia de la Armada francesa. Su determinación para cumplir la misión recuerda a la obsesión del capitán Ahab por Moby Dick, aunque Aubrey revela una humanidad superior. El contrapunto a su empeño militar lo ofrece el médico de a bordo, Stephen Maturin. Buen amigo del capitán, está dispuesto a luchar, pero su deseo es recalar en las Islas Galápagos para estudiar la naturaleza virgen del lugar. Los intereses de Aubrey y Maturin no son necesariamente contrapuestos; pero el rico guión pergeñado por Peter Weir y John Collee sabe crear un conflicto donde colisionan patriotismo, lealtad, cumplimiento de la palabra. Conocemos además a otros tripulantes y entendemos su valor y sus temores. Vemos a creíbles niños guardamarinas, que empiezan a saber lo que es el mando, y a los que no debe temblar la voz cuando dan órdenes a curtidos marineros.
El film acierta, pues, donde más importa: en la historia y los personajes. Además, todo el reparto, en el que sobresalen Russell Crowe y Paul Bettany, está soberbio. Por otra parte, Master and Commander sorprende por su clasicismo. Cuenta una historia de aventuras, donde las virtudes son nítidas y atractivas. Acostumbrados en tanta película reciente a héroes que van por libre, aquí observamos cómo cada marinero tiene su papel, y valoramos la importancia de la obediencia y la camaradería. No hay maniqueísmo, y sí una buena delimitación de los deberes y lealtades a los que uno está, necesariamente, sometido. En tal contexto, surgen con naturalidad las miradas a lo alto, la plegaria a Dios.
La película transcurre casi por entero con el barco navegando. El australiano Peter Weir (El show de Truman, El Club de los Poetas Muertos) ha afrontado un rodaje complicado en el mar, y con su equipo logra el milagro de que los efectos especiales y las miniaturas ni se adviertan. El detallismo en el barco, los uniformes, el armamento, incluso el lenguaje: no hay anacronismos, modos de decir o comportarse que saquen de la historia. El asombroso esfuerzo de producción ha unido a tres grandes estudios: Fox, Universal y Disney. Un hecho que hace concebir esperanzas de que todavía existen redaños en Hollywood para hacer películas diferentes, con osadías como la de no incluir subtrama romántica alguna.
José María Aresté