Neo, Morpheo y Trinity tienen 72 horas para salvar Sión, amenazada por las máquinas. Sólo en Matrix encontrarán al Oráculo, que dirá (bueno, no exactamente, ya saben) a Neo la puerta que debe abrir para frustrar la amenaza. Neo necesita la llave de esa puerta…
Los hermanos Wachowski, 37 y 35 años, han recargado (reloaded) Matrix, una notable película que en 1999 revitalizó la ciencia ficción, aliñando con tino una exótica ensalada en la que había literatura futurista con ribetes filosóficos, sincretismo religioso, artes marciales, novedosos efectos especiales, mucha cultura del videojuego y una trepidante acción con respiros en forma de diálogos encriptados aparentemente trascendentes. Matrix funcionó porque tenía un inteligente guión que explotaba una buena idea de partida: la realidad que vemos es el resultado de un programa de ordenador creado para sojuzgarnos, de forma que somos esclavos de una realidad virtual. Para ser libres hay que creer en la verdad que traerá el Elegido, Neo, que deberá olvidarlo todo, para liberar su mente y ser la esperanza de Sión, el reducto de los que resisten.
Matrix Reloaded y Matrix Revolutions se han rodado durante 2001 y 2002 con 127 millones de dólares de presupuesto, que se han invertido en 150 decorados, que incluyen 3 kilómetros de autopista donde se machacan tropecientos coches en una larguísima persecución. También larguísimas son las secuencias de bofetadas virtuales, larguísima una escena sexual explícita acompañada por el danzante pueblo de Sión en trance afrodisíaco, larguísimos los parlamentos abstrusos en jerga informático-gnóstica. Todo es más largo y más grande y más apabullante en esta película, a ratos muy tediosa, a ratos espectacular, casi nunca emocionante.
Esta continuación se lía la manta a la cabeza para reventar la taquilla. Para ello, no le importa renunciar a la lógica apocalíptica del original, que se sustituye por una apresurada lectura de las teorías de Baudrillard sobre los simulacros y la simulación. Se pretende así vestir de solemne trascendencia la pueril intrascendencia de este divertimento de los Wachowski, que, puestos a ser caprichosos, ponen sotana a Neo, apuñalan el romántico idealismo del primer film, abusan hasta el feísmo de los primerísimos planos y cierran con un abrupto «Concluirá», al que alguno responderá: «Ya era hora…»