Bienvenidos al norte provocó una importante renovación costumbrista dentro de toda la comedia europea, generando películas tan populares como las italianas Bienvenidos al sur y Benvenuti al nord, las españolas Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes, o las también francesas Nada que declarar o Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? Ahora, Dany Boon retoma esa fórmula en Mi familia del norte, que también ha dirigido, coescrito y protagonizado. El resultado es bastante divertido, aunque mucho menos redondo que su predecesora directa.
En esta ocasión, los envenenados dardos de Boon se dirigen contra la pareja formada por Valentin D. y Constance Brandt, que están en la cresta de la ola del diseño e interiorismo más sofisticado. Solo ellos saben que Valentín D. en realidad no es huérfano –como él insiste siempre ante los medios de comunicación–, sino que pertenece a una humilde y tosca familia de chatarreros del norte de Francia, con la que no se relaciona desde hace años. Pero durante la glamorosa inauguración de una importante retrospectiva de su obra en el parisino Palacio de Tokio, aparecen con sus mejores galas rurales y su más depurado acento norteño el hermano, la cuñada y la propia madre de Valentin D., una mujer de armas tomar que ese día cumple ochenta años.
Una vez más, Boon imprime a la bufonada un ritmo muy ágil, estira los enredos en todas las direcciones, carga la mano con el peculiar dialecto picardo –o Ch’ti–, reparte leña a diestro y siniestro, y arranca a menudo la sonrisa y hasta la carcajada del espectador. Ciertamente, el conjunto es más deslavazado y facilón que Bienvenidos al norte. Pero, además de humor, ofrece incisivas críticas a la frívola y cínica cultura de las apariencias y el triunfo puramente material, y un encendido elogio de los placeres sencillos, la familia y la propia identidad, cuyas sombras no ocultan sus luces, sino que las resaltan. Todo ello, en un tono casi siempre elegante y amable.
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